Película Winter’s Bone

La accesible síntesis del «cristal» (metanfetamina) ha sido empleada por la serie de televisión Breaking Bad para elaborar un extraordinario discurso sobre la moralidad que ha ido tiznándose con el paso de los episodios. Winter’s Bone también gravita en torno a la droga y su capacidad corruptora, en este caso el «crack.» No obstante, Debra Granik, directora de la película, prefiere enfocar su cámara en los daños colaterales. Menos obvia, la cinta deambula por las carreteras secundarias de la antiépica para constituirse como un deslumbrante noir encuadrado en la América más profunda.

El escenario de la película es sobrecogedor, hermoso y a la vez temible. Los inmensos Ozarks de Missouri acunan un ecosistema brutal, endogámico, impermeable a la misma Ley, que jamás osaría enfrentarse de verdad a una salvaje comunidad regida por sus propios códigos, donde el ojo por ojo es innegociable. Ree (sobresaliente Jennifer Lawrence) sabe donde vive. A sus 17 años, cuida de su madre en estado catatónico y de sus dos hermanos pequeños. Su padre, siempre ausente, cocinando la droga a salto de mata, avaló la condicional y su asistencia a un juicio pendiente con las escrituras de la cabaña donde vive la familia. La fecha se aproxima y no se le espera. Ante la amenaza del Sheriff, Ree necesita encontrarle si no quiere perderlo todo. Como sea.

Quien haya leído al Cormac McCarthy de Meridiano de Sangre o La Carretera, sabe lo que significa adentrarse en el horror de la amoralidad y extraer de él belleza narrativa. Winter´s Bone consigue un triunfo similar en el terreno cinematográfico. En su espléndido guion, una adaptación de la novela del mismo nombre de Daniel Woodrell realizada por la propia directora y Anne Rosellini, los personajes hablan lo imperscindible, y cada frase importa en secuencias que proyectan el futuro siempre en el fuera de campo, en penumbra, para dar dimensión a la desesperación de la protagonista, golpeada con dureza por cada bocado de realidad en un implacable ejercicio de demolición humana. Empatizado con ella, la historia penetra inevitablemente en las entrañas del espectador.

Instalados en la segunda mitad del metraje, la áspera fragancia del film remite ya al mejor Eastwood. Palabras mayores. El personaje encarnado por John Hawkes (igualmente sobresaliente) gana empaque, añade pólvora a la mezcla y la cinta se convierte en puro western durante un par de escenas sencillamene memorables, justo antes de que Granik nos recuerde que esta historia lleva rúbrica femenina con su desenlace, insoportable de nuevo por lo que sabemos y no por lo que vemos.

En Winter’s Bone, un final feliz puede ser igualmente desolador si significa tener la oportunidad de seguir adelante con tu perra vida, una cuestión de perpesctiva difícilmente digerible pero artísticamente más valiosa. Su epílogo, maravillosamente compuesto, filmado y actuado, es una muestra cristalina de las virtudes de esta obra maestra: la poesía floreciendo en territorio estéril. Exactamente eso, un prodigio.