Película Candyman, el dominio de la mente

Al igual que el propio personaje de Candyman alimentaba su inmortalidad al ser recordado de boca en boca como si de un mito se tratara, esta popular película sobrevive en la memoria colectiva, sólo y exclusivamente, por la atractiva leyenda urbana alrededor de la cual gira la trama: “Candyman tiene la mano derecha amputada, en el muñón lleva clavado un garfio. Si miras al espejo y pronuncias su nombre cinco veces aparecerá detrás de ti, respirando en tu nuca…” Siendo este curioso punto de partida (planteamiento similar al que años más tarde haría triunfar a Ringu (Hideo Nakata, 1998) y a su remake The Ring (Gore Verbinski, 2002)) el mayor baluarte de la cinta, puesto que en su conjunto resulta, a todas luces, olvidable.

Bernard Rose sería el triste responsable, tanto en la dirección como en el guión, de plasmar en la gran pantalla el relato de Clive Barker, otro escritor de terror maldito en lo que adaptaciones cinematográficas se refiere (si exceptuamos la interesante Hellraiser (Clive Barker, 1987)). No obstante, hay que reconocer que en los primeros 30 minutos de metraje, y pasando por alto algún que otro susto demasiado efectista, la película consigue mantener el tono de suspense e incluso abrazar al thriller con eficacia. Sin embargo, en cuanto aparece el villano de la función (mucho menos carismático de lo pretendido) y según avanza el metraje, el interés va decreciendo irremediablemente derivando hacia la mediocridad más absoluta para llegar a un desenlace que roza el ridículo por previsible y cutre. Asimismo, en el embarullado desarrollo resulta esperpéntico el mal llevado intento, por parte del director, de desconcertar al espectador mediante el típico recurso de provocar la duda sobre qué es real y qué no.

Pese a todo, además de la siempre solvente interpretación de Victoria Madsen, no podemos pasar por alto uno de los apartados mas destacados del film, su notable banda sonora; así, el compositor Philip Glass crea como tema central una tétrica canción de caja de música, ideal para complementar esa atmósfera malsana de la que hace gala la cinta. Esto y poco más para un largometraje que a día de hoy provoca más indiferencia que otra cosa, pero que en su momento pudo estremecer a más de uno, especialmente al que se atreviera a retar a la consigna del cartel: “Te desafiamos a que digas su nombre cinco veces”.