Película El discurso del rey

Alberga esta película una gran virtud que, finalmente, puede volverse en su contra, por paradójico que esto resulte. Esta es la gracia y el desenfado con que se acerca al mundo de la monarquía, ese entramado tan solemne en apariencia y difícil de desentrañar para el común de los mortales. Pues bien, El discurso del rey nos enseña que la seriedad no está reñida con la ironía, si bien este atrevimiento conlleve el riesgo de reflejar la historia de la época y su sociedad sin el rigor con que quizás se debiera.

Nos encontramos en el Reino Unido de finales de los años 30 del siglo pasado, cuando el rey Jorge V fallece y su hijo Eduardo VIII pasa a reinar. Tras las abdicación de éste por asuntos mujeriegos, su hermano Jorge VI será el nuevo rey, un rey tartamudo…

Colin Firth, dueño y señor de la película

El film se centra, desde el principio, en la figura de Berti (como de manera familiar se le llamaba al Duque de York), a quien da vida Colin Firth. Él es el encargado de empatizar con el espectador, en base a una caracterización de su acomplejado personaje sencillamente soberbia, repleta de matices y profundidad y que finalmente consigue emocionar. Su quebradiza postura intentará ser corregida por el doctor Lionel Logue, interpretado por el excéntrico y siempre genial Geoffrey Rush, y de hecho su relación será lo más productivo del film, un auténtico duelo dialéctico con el noble afán de hacer mejor persona -que no mejor rey, he ahí la grandeza del discurso del director Tom Hooper- al personaje principal. Repleta de ironía, de situaciones verdaderamente cómicas y de diálogos incisivos, no ahuyenta los momentos de seriedad y de enfrentamiento que toda amistad ha de poseer.

El logro del encumbramiento de la figura principal de la narración tiene su razón de ser en el buen hacer de Hooper detrás de las cámaras. Hay mucho (buen) cine que contar en su seguimiento a este personaje histórico, y está a la vista y para el deleite de todos. El realizador británico se empeña en acompañar a su retratado a lo largo y ancho de cada uno de sus movimientos, en unos elaborados travellings que tienen el objetivo de emparentar al espectador con el ser humano que está detrás del personaje, a la vez que de acariciar sus múltiples miedos y frustraciones para enternecerlos, sin por ello dejar de subrayar en ningún momento la relevancia de su papel; también le sabe sitiar en plano fijo, esquivando su planificación centrada y situándole a menudo esquinado, denotando, así, la evidente imperfección del personaje, realzando su terrible defecto; por último, sabe insuflar la debida gravedad en aquellas secuencias que la imploran, y el mejor ejemplo de ello es el discurso final, verdadero leit motiv de la cinta, que supone un compendio de los logros anteriormente vistos y resulta en una emocionante set piece a la que no ayuda poco la siempre presente música clásica de fondo.

El rey y su logopeda

El discurso del rey es la típica película oscarizable, no hay duda posible al respecto. Pero eso no tiene por qué ser un defecto, y siempre resulta agradable encontrarse con una sorpresa de estas características dentro de la cartelera actual, para acabar el año con una buena impresión. Incluso aunque haya que cargar con el grandísimo, ignominioso y muy denunciable lastre de que la práctica totalidad del público que se acerque a verla tenga que “disfrutarla” en su versión doblada, perdiéndose así uno de los mayores y más evidentes valores del film. Señora ministra, déjese de monear y puesta a proponer leyes antipopulares, saque una que de verdad haga favor al cine y lo respete en su versión original, si es que tanto lo ama usted y tan justamente quiere defenderlo como dice.