Película Si la cosa funciona

Vuelve Allen. Volvemos a las salas todos sus adeptos… y esta vez toca cierta decepción. ¡Qué le vamos a hacer! Si en Vicky Cristina Barcelona Penélope Cruz conseguía que olvidáramos algunas de las limitaciones argumentales de la película, la indiscutible aptitud del genial Larry David no consigue redondear Whatever Works, último trabajo del maestro de Brooklyn en el que vuelve a su amado New York, y también a la liviana comedia de títulos como Todo lo demás. Vayan haciéndose una idea.

Sin saber si optar por un desconfiado levantamiento de ceja o por ansiosa expectación, recibimos la noticia de que Allen retomaba en este largometraje un escrito desechado durante sus gloriosos años 70. La realidad, por desgracia, es que tras el maquillaje para el nuevo milenio, sigue oliendo a cerrado; y nos encontramos con una historia lastrada por una total falta de profundidad. Y es que su guión, aún contando con algunas de las constantes de aquella dorada época (interacción personaje-espectador, crítica permanente, romanticismo desengañado…), pronto se decanta por sobrevivir como simple colección de gags en vez de aspirar también a la fluidez narrativa que siempre acompaña a su capacidad verbal en obras del calibre de Annie Hall o Desmontando a Harry.

Siendo en principio indulgentes con nuestro admirado director, aceptamos el disfrute vacuo mientras asistimos a las andanzas de Boris Yellnikoff (Larry David), un tipo que abandonó su acomodada vida de profesor de Física en la Universidad por otra, mucho más humilde, como arisco profesor de ajedrez. Tan inteligente como huraño, descreído y contestón (no suena por casualidad aquel “Hello, I must be going” del irrepetible Groucho Marx al comienzo de la película), este maniático personaje conocerá casualmente a Melody (Evan Rachel Wood), una chica inocente y de pocas luces a la que acogerá a regañadientes y con la que, inevitablemente, acabará por involucrarse emocionalmente.

Larry David resuelve con facilidad la siempre dura papeleta de interpretar al personaje que todos sabemos a quien correspondería en otro tiempo. Su contrastada capacidad cómica le permite integrar algunos modismos del Woody Allen actor sin acabar fagocitado; y es, sin duda, el más seguro de los asideros a los que la película se agarra para no desplomarse, especialmente durante una segunda mitad que se hace demasiado cuesta arriba.

Porque dibujados con trazo avaro, el antagonismo facilón entre el cosmopolita y leído neoyorquino y la pobre ignorante sureña limita tanto la evolución de ambos personajes que las escapatorias argumentales, tras unos cuantos buenos momentos, desaparecen; y por puro desfallecimiento narrativo, Allen se ve obligado a añadir nuevos personajes a la trama, que si bien traen consigo algún momento especialmente brillante (la conversión a la modernidad del personaje de Patricia Clarkson con una cámara desechable y una entrepierna caliente), desplazan la historia a lugares escasamente mordaces (todo lo relacionado con el padre de Melody), o directamente mediocres (la conspiración de la madre con el guaperas), hasta su conclusión en un ‘happy-ending’ indigno del director.

Llega un punto en que de puro fanatismo, uno tiende a los extremos y duda, después de todo, de su capacidad para la objetividad en estos párrafos. No me lo tengan en cuenta. Whatever Works, ya saben. Lo que sea que funcione… no ha sido mi caso, pero sí quizá el de ustedes.