Película The Lords of Salem

Al término de The Lords of Salem suena All Tomorrow’s Parties, aquel mítico tema de The Velvet Underground & Nico (épica clausura de mil fiestas), y ya nada será lo mismo. Ya nunca más podremos pensar en esta canción del mismo modo. No después de que Rob Zombie la pase por su trituradora. De un lado entra una melodía conocida, del otro sale un concepto muy distinto: sonido adherido ya por siempre a las perversas imágenes que su jodida mente ha dado en parir con ocasión del final de éste su último largometraje, su nueva ofrenda al género de terror.

Porque Rob Zombie rinde pleitesía al género con cada nueva entrega de una filmografía que comienza a tener visos de imperecedera. Ya viajó a la América profunda herencia de Tobe Hopper y visitó a Carpenter una seminal noche de Halloween. Slashers. Hoy son las brujas, aquellas de los juicios de Salem (Massachussets) para más señas. Podría parecer que la brujería no es algo demasiado acorde con el estilo de este realizador tan apegado a la la tangibilidad. Pero no esperen concesiones, Rob Zombie se ensaña con el espectador. No habrá vulgares sobresaltos ni pueriles efectos sonoros. El músico metido a director (o el director metido a músico) no los necesita. Le bastan su musa (Sheri Moon Zombie) y su habitual paisaje: esa atmósfera opresiva hasta límites insospechados, una ambientación profundamente malsana; la enfermedad y la asfixia progresiva capturadas en su fotografía. Señas de identidad.

The Lords of Salem recoge la historia fundacional más negra de América (una en la que el linchamiento público podía acabar en la hoguera) para actualizarla, llevando el argumento a nuestros días y convirtiendo la leyenda en maldición, pues de entre las hijas de las hijas de los verdugos de Salem deberá aparecer una ungida cuyo vientre engendre a un trasunto del bebé de Rosemary. Porque aquel Polanski se constituye en referente absoluto de un largometraje que es reformulación, asimilación y tributo de ésta y las demás influencias de Rob Zombie. Referencias que se entroncan con el cine y el potente imaginario de su autor, pero también, cómo no, con la música, a la que el film, más allá de su magnífica labor de envoltorio, otorga importancia diegética como vehículo de la narración: la grabación contenida en un vinilo como mensajero de la condenación.

El film, pieza de un cine invisible, ha pasado desapercibido para buena parte de la crítica y para la práctica totalidad del público, dada su escasa distribución. Algo razonable para el cine entendido como industria. No habrá taquillazo ni será general su aceptación. Demasiado incómoda; espesa y depravada. También quizás demasiado imperfecta en su arritmia. Quedará para oscuros cultos. Hoy, el público mayoritario del cine de terror prefiere el susto y el chillido como emociones estabuladas. A Rob Zombie, uno de los más sugestivos y prometedores nombres del género en la actualidad, nunca le interesó generar esas efímeras sensaciones en el espectador. Lo suyo es hacer mella. Otra experiencia. Una radicalmente diferente. Una jodidamente perturbadora.