Película Un Tipo Serio

Soplan vientos de retorno en el universo Coen. De vuelta a aquella comedia extraña, compleja y contenida al estilo de la memorable Barton Fink. Así, en Un Tipo Serio abordan de nuevo, tras la adaptación de No es país para viejos y la trama prestada de Quemar después de leer, la filmación de un guión propio, quién sabe hasta qué punto trufado de elementos biográficos, para zambullir a uno de sus asiduos personajes bizarros en un mar de dudas vitales, religiosas, matemáticas incluso.

Y es que el profesor Larry Gopnick, espléndidamente interpretado por un aquí convenientemente aturdido Michael Stuhlbarg, cree ser feliz hasta que todo empieza a torcérsele. Su mujer le habla con demasiada franqueza, en su trabajo se le complican situaciones absurdas y el mundo en sí mismo parece empeñado en demostrarle su insignificancia. Si existe un plan divino en todo esto, para Larry parece ideado por aquel legislador llamado Murphy. Y los Coen, maestros en hacernos reír a costa del surrealista sufrimiento ajeno, nos hacen cómplices sonrientes de la serie de catastróficas desdichas.

Ambientada a finales de los 60, años a medio camino entre el tradicionalismo y los Jefferson Airplane, Roger Deakins borda en su labor fotográfica la estampa del barrio residencial norteamericano, ése en el que las familias se desestructuran y los vecinos mascullan hipocresía al run-run de sus cortacésped.

En ese entorno, y sufriendo su particular calvario de humillación e irrespetuosidad generalizada, nuestro Larry, equivocadamente convencido de que su problema, en lugar de ser de actitud propia es de mal fario externo, busca respuestas en los rabinos de su comunidad, quienes a todo el mundo parecen ayudar.

Llegados a este punto, los juguetones Coen aprovechan para mostrar su sarcástica visión del judaísmo y la escasa praxis de sus costumbres, tan inútiles y ombliguistas que parecen incapaces de dar alguna solución que no se limite puramente a la voluntad celestial. Una voluntad que no elimina de la vida terrenal el principio de incertidumbre heisenbergiano.

Y es que toda esa contención, ese pisoteo vital, esa infructuosa búsqueda de un por qué, se acabará enquistando en la personalidad de un Larry al que bien convendría liberar tantísima tensión, aunque fuera en forma de huracán.