Película Tootsie

El trasfondo que otorga un conflicto dramático inteligente y realista, capaz de involucrar al espectador sin conducirle a una absoluta depresión con ello, es todo cuanto necesita una buena comedia para ser tomada, paradójicamente, muy en serio. Eso, y no dejarse llevar por un tren de excesos que circunvale la palabra estupidez. La cinta que nos ocupa parece tener complicado salirse con la suya a tenor de su, a priori, disparatado argumento. Sin embargo, y contra todo pronóstico, Tootsie logra respetar estos códigos volando con maestría sobre un subgénero muy complejo: el de travestidos, suerte cinematográfica de arriesgado enfoque e improbable credibilidad, que además suele encontrar ciertos problemas a la hora de evitar el esperpento. Afortunadamente, el trabajo interpretativo de Dustin Hoffman roza la genialidad en su empeño, sosteniendo su papel como hombre, como mujer (explorando su lado femenino) y como hombre disfrazado de mujer, manteniendo a toda máquina una historia desenfrenada que sin él descarrilaría a buen seguro. Su formidable labor, bien secundada por unos inspirados departamentos de vestuario y maquillaje, salvaguarda la verosimilitud de una película con mucha chispa y una sorprendente solidez cinematográfica, tanto a niveles artísticos como de compromiso social y crítico.

Pero, más allá de la indudable responsabilidad con la que ha sido llevada la cinta, no olvidemos que nos encontramos ante una comedia diseñada para hacernos reír. En este aspecto, un no especialista como Sydney Pollack sale airoso contando con mucho más que una gran interpretación principal y la esperada sucesión de divertidos aunque contenidos gags orientados a sacar partido del enredo vivido por el obligado transformista. Y es que fundamentalmente esta lúcida creación hace gala de un guión absolutamente redondo desde la desdicha inicial que ha de guiar una tragicomedia, marcada en esta ocasión por un actor que está en paro por resultar demasiado profesional -perfilando así la gran ironía de la cinta y su burla a la chapucera industria televisiva-, hasta la delirante determinación que toma nuestro protagonista: hacerse pasar por mujer para hacerse con el papel de su vida. En el camino, toda un torrente de sensaciones y autoconocimiento que le llevará a enamorarse de su mejor amiga como mujer mientras experimenta como varón y fémina a la vez las dos caras de un sexismo sacado aquí a la palestra. Si a la bien llevada combinación de ideas sumamos su atinado juego de tensión, siempre a punto de desenmascararse una farsa que se escapa de las manos, y un desenlace cabal que deja todo en un punto y seguido más que conveniente, nos queda una historia embarazosa, pero llevada con clase en su atrevimiento de tocar con seriedad y ánimo de subversión variados palos sociológicos entre broma y broma. Todo un logro que certifica su merecido paso a la posteridad.