Película Relatos Salvajes

Tras su estupendo paseo primaveral por Cannes, Relatos Salvajes ha sido la sensación de la temporada en Argentina. A su altísima recaudación se suma una cosecha aplastante de nominaciones a los premios Sur -21 nada menos- y el honor de representar al país en los Oscars de 2015, donde presumiblemente estará entre las cinco finalistas. Como no podía ser de otra manera en nuestra España deprimida, maniatada y crispada, este irreverente compendio de historias sobre los recodos oscuros de la condición humana también ha encontrado su hueco.

Por cercanía y temática, la comparación entre la propuesta de Damián Szifrón -guionista y director del film- y Un Dios Salvaje, de Roman Polanski, parece conveniente para situar al espectador. Ambas se configuran como exploración espeleológica bajo la superficie social del ser humano, si bien el tour de force del director polaco es más acusado y su producto más artesanal. En cambio, si uno atiende a las sensaciones que como espectador experimenta, ha de concluir que la cinta argentina llega a la meta un cuerpo por delante de la adaptación de Polanski. Frente al constante choque Winslet/ Waltz-Foster/C.Reilly, Szifrón ofrece un rico catálogo de bajezas y venganzas del ciudadano de a pie en cada una de las seis historias conclusivas e independientes en las que se divide este film. Incluso apelando al excelente trabajo de los cuatro protagonistas de Un Dios Salvaje, valor último de la película, siempre se podrá argumentar que Ricardo Darín o Érica Rivas están a una altura interpretativa semejante.

El halo gamberro que envuelve Relatos Salvajes se refleja principalmente en el recubrimiento irónico del guion, por otra parte muy argentino; con esa retranca tan especial que rápidamente identificamos en sus películas y que el director es capaz de desarrollar fuera de la monotonía. La duración de cada segmento está perfectamente medida y el humor negro, negrísimo, empapa cada recodo de un largometraje que también imparte magisterio en el control del tempo y el efectismo: la historia del conductor bocazas encarnado por Leonardo Sbaraglia es un tremendo ‘crescendo’ de violencia física gratuita del mismo modo que la pieza sobre el accidente de auto supone un ‘crescendo’ de violencia moral apabullante. En ambas, el espectador pensará más de una vez que el argumento no puede ir a más, y sin embargo lo hace.

Una medida de su calidad quizá radique en la sorpresa del espectador al encontrarse a carcajada limpia ante hechos que podrían aparecer en la columna de sucesos de cualquier periódico local. En este sentido, queda patente la tremenda capacidad del medio cinematográfico (y del director) para moldear el aroma de cualquier relato. Sólo tienen que comparar alguna de las seis historias propuestas con los sucesos de Puerto Urraco, comprobarán que, en el fondo, las diferencias son mínimas; signo inequívoco de que han asistido a una gran película, una en la que a nadie hubiera extrañado la presencia del viejo Casale.