Película Red de mentiras

Me da la sensación de que Ridley Scott dirige para “ganar un Oscar” desde que Soderberg se lo quitara con Traffic (Steven Soderberg, 2000) el año en que Gladiador (Ridley Scott, 2000) triunfó como mejor película. Ya han sido tres nominaciones sin premio y supongo que considerará que un realizador de enorme prestigio como él debe, de una vez, alzarse con la preciada estatuilla. A mi me parece una pena, porque creo que en sus últimas películas disponía de un material más que interesante, que él se encargó de devaluar con un acabado preciosista que, sin embargo, escondía en algunos casos bastante vacío y en otros una falta total de riesgo. Hannibal, Black Hawk Derribado, American Gangster o El Reino de los Cielos me decepcionan en mayor o menor medida básicamente por esta razón, a pesar de ser películas rodadas con esa calidad que nadie discute al director de Blade Runner. A Red de mentiras le pasa algo parecido, con el agravante (casi endémico en Ridley Scott) de ser una película con algo de oportunismo. El director recoge el nuevo concepto de acción que la trilogía de Bourne ha encumbrado y lo mezcla con el mundo de las intrigas políticas que asolan Oriente Medio sobre el que Syriana discutía con mucha más profundidad. El resultado, como en sus anteriores trabajos, es una película tan disfrutable como fácil de relacionar con obras mucho más originales de índole parecida.

Roger Ferris (Leonardo DiCaprio) es un agente de la CIA especializado en terrorismo islámico cuyo jefe (Rusell Crowe) dirige un programa que intenta erradicar el terrorismo mediante métodos discutibles que se acercan muy mucho a aquello que intentan combatir. El objetivo de la operación en la que ambos trabajan es el desmantelamiento de una célula activa (la película comienza en Londres cuando seguramente debió comenzar en la mucho menos atractiva Leganés por razones que cualquier espectador español verá con obviedad) que atenta en Europa y cuyo acicate desde el poder permanece en paradero desconocido en algún lugar de Jordania.

A la trama se añade entonces el jefe de la inteligencia Jordana, Hani Salaam (Mark Strong). Entre ambos cuerpos de inteligencia, en principio aliados, se genera tensión debido a su diferente visión estratégica a la hora de afrontar el terrorismo. Como si de dos cirujanos ante el problema de una gangrena se tratara, Scott muestra a los americanos con cierta tendencia a la amputación mientras que, por el contrario, presenta a unos jordanos más optimistas, preocupados en ahondar en la enfermedad antes de realizar actos traumáticos. Entre ellos; el agente Ferris, que de tanto andar por aquellas tierras comienza a sentir empatía hacia el lugar y sus gentes, se plantea la utilidad de los métodos de su jefe.

Del mismo modo en que, por ejemplo, se disfruta de Gladiator si se olvida uno de Espartaco por un momento, he de reconocer que pasé un buen rato viendo Red de mentiras. El ritmo es vivo, la película transcurre sin perder el resuello entre intrigas, tiros y alguna reflexión. Tampoco hay reparos al reparto, Leo DiCaprio es un notable actor que, como consiguió Brad Pitt, ya se ha quitado cualquier San Benito anterior; Rusell Crowe da un aliento enorme a un personaje bastante superfluo en la trama, y resulta una agradable sorpresa la elegancia de Mark Strong en un papel bastante jugoso que aprovecha a las mil maravillas.

Es también apreciable que a Scott no le tiemble el pulso a la hora de mostrar la falta de valor que tiene la vida humana a estos niveles, tanto para los terroristas (lo fácil) como para los gobiernos que al tratar de combatirlos dejan un reguero de sangre no menos caudaloso (lo difícil). Lo hace mostrando no pocas veces el espejo ante el que los dos parecen lo mismo (ambos jefes, el terrorista y el de la CIA, son mostrados haciendo vida normal mientras otros se matan por ellos) y además causa y efecto cuyo comienzo se hace difícil recordar y su final no se acierta a imaginar. Desde la cita que da comienzo al film, hasta el mismísimo final de la película se abunda en este mensaje.

Pero, me parece a mí, eso es trivializar un problema mucho más complejo. Falta mayor profundidad a la hora de razonar las causas primeras de todo lo que ocurre, algo que se insinúa, superficialmente o muy dulcificado, en algunos pasajes de la cinta como el de la relación que comienza el agente con una enfermera palestina. Pero eso, quizás, sea pedir peras al olmo a una película que elige ser más de espionaje que de denuncia.