Película Desafío total (2012)

REDUNDANTE, PERO EFECTIVA

Redundante, pero efectiva. Así, primero el uno y luego el dos. Porque, en este caso, el orden de los factores sí altera el producto. Decirlo de otro modo no sería lo mismo. Porque lo innecesario de este remake era algo sabido, casi una certeza. Pero que tal experimento deparase dignidad, es hoy lo noticiable. Destacaré pues la eficacia con que se despacha este blockbuster, quizás empujado por la teoría de las expectativas, ya que tan pocas albergaba.

El largometraje que nos ocupa, a más de veinte años de su hermano mayor, apenas si se ha atrevido a publicitarse en España como Desafío Total, tal era el miedo a la sombra de la obra de culto de Paul Verhoeven. Tampoco ha osado adentrarse en un calco del guión, ni tan siquiera a pisar Marte. Y bien que hace, pues el encanto con que se manejaba la original vapulearía cualquier intento de aproximación. A veces no merece la pena arrimarse demasiado, la cogida puede ser de sepulturero y elegía. Sin sutura que la contenga.

Restringida pues esta revisión al aprovechamiento de la idea tomada del relato de Philip K. Dick en que ambas versiones se basan, el Total Recall del churrero de la franquicia Underworld, Len Wiseman, ciñe la ubicación del relato a La Tierra, donde, tras la semidestrucción del planeta, solo quedan dos zonas habitables: la Unión Federal Británica y sus antípodas, la Colonia. El desequilibrio social es manifiesto, y mientras la UFB rige el destino económico del mundo, los colonistas atraviesan diaria y literalmente el globo terráqueo para trabajar por un mísero salario. ¿El medio de transporte usado? La Catarata, túnel directo entre ambos extremos, un tremendo metro en hora punta, símbolo del yugo en el que viven los obreros y del inagotable poder que ejercen los otros, los de siempre.

Con este panorama, Douglas Quaid (un Colin Farrell con su usual pero aquí apropiado despiste) será el jornalero hastiado que sueña con una vida de emociones, el rebelde en busca de una causa. Una visita al centro memoturístico Recall será el desencadenante de su vuelta al recuerdo. ¿Y si él es en realidad un espía al que borraron la memoria y proveyeron de una nueva identidad? ¿Y si todo este mondongo es la aventura que le prometieron en Recall, la montaña rusa mental, una atracción de feria? Qué es real y qué recuerdo implantado era la cuestión prometida por el poster de la entrada. ¿Un galimatías? No tanto, no queremos que nadie se despiste. Que esto es un film de acción futurista protagonizado por chicos y chicas de toma pan y moja.

Así, para no disparar el riesgo de confusión entre el mascar de palomitas, nuestro liviano reboot se moverá por terrenos infinitamente más firmes que la arriesgada versión del 90. También mucho menos sugerentes. Olvídense de pensar aquí ni por un momento en Borges, olvídense de la duda de Descartes. Olvídense de Kuato y el toque humorístico y gore del fantástico film de Verhoeven. Todo es más aséptico, de fácil digestión: con abrefácil, sin espinas y libre de gluten, por si entre el público objetivo hay algún alérgico.

Sea como fuere, de los buenos mimbres y del oficio de Wiseman emerge un saneado entretenimiento. Casi dos horas y apenas si mira uno el reloj hasta bien entrados los tres cuartos de metraje. A ello contribuyen un ritmo adecuado, algunos cachivaches sorprendentes y un conseguido diseño de producción, a cuya digitalidad tal vez convendría poner fecha de caducidad. Un mérito moderado en cualquier caso si uno juega a buscar el parentesco: un toque del Los Ángeles de Blade Runner, sombra aquí de Minority Report, sombra allá de Yo, Robo

Pero no seamos mojigatos: el film ha recaudado en apenas un mes doméstico y un fin de semana internacional bastante más de lo invertido. Y Hollywood, no lo olvidemos, es una industria, un tremendo negocio. Así que, puestos a relanzar franquicias o perpetrar remakes que al menos se nos hagan divertidos. Y que de paso saneen las cuentas en esta jodida crisis. Si usted es capaz de la evasión, disfrute de este producto. Si usted es amante de un cine hondo y de mayor calado, siempre le quedará el consuelo de que, tal vez, una parte de los beneficios se destinen a proyectos de su gusto. Aunque sólo sea un 0,7%.