Película Daybreakers

El buen cine de ciencia ficción es casi siempre alegórico, un reflejo fantástico de problemas mundanos. El expolio del planeta que ese depredador ambiental llamado ser humano ejerce día a día parece obvio referente en la irregular Daybreakers, cuyo interesante argumento presenta un mundo dominado por vampiros donde el hombre está en peligro de extinción. Su sangre, por tanto, se ha convertido en un bien demasiado escaso, tanto como para provocar disturbios en una población civil ya estratificada en castas. Una de las principales empresas proveedoras del oro rojo investiga la obtención de sangre sintética, hecho que eliminaría el factor humano de la ecuación. En ello se afana Edward (Ethan Hawke), un hematólogo que nunca eligió ser vampiro y, como algunos otros, considera aberrante la caza de humanos.Cuando su ayuda a un grupo de ellos le conduce hasta el corazón de un pequeño núcleo superviviente, entre sus filas encontrará lo que parece ser la respuesta perfecta al problema.

Los hermanos Peter y Michael Spierig, directores y guionistas de la obra, pretenden levantar un thriller científico sobre tan sugerente base. Lo hacen con las ideas bastante claras, en busca de recovecos morales que estimulen la inteligencia del espectador. Desde la primera secuencia en que sugieren los problemas individuales derivados de la inmortalidad, se toman muy en serio el escenario planteado y no eluden su complejidad. Así, el reflejo de nuestra realidad que percibe el espectador es de lo más nítido y, de algún modo, la película queda emparentada con la extraordinaria Hijos de los Hombres (Alfonso Cuarón, 2005). Será esta visión panorámica del problema la que deje los mejores momentos de la película, los más icónicos en medio de una sofsticada puesta en escena donde la tensión se raciona adecuadamente a medida que la sangre se agota y los poderes fácticos toman decisiones cada vez más traumáticas.

Por desgracia, alguien debió explicar en su momento a los directores que el Cine no es una función de estado, que para llegar de A a B sí importara el camino. El ensamblaje argumental de Daybreakers, ese hilo conductor que debía aglutinar todas las interesantes ideas sobre las que la película busca crecer, es desalentador, mediocre, imperdonablemente simple. Todo carece de sentido global, y la película se desmorona estruendosamente. Entre los escombros, sólo queda un manojo de secuencias incongruentes (todo un equipo científico con lo último en tecnología es incapaz de descubrir algo que se consigue con un fermentador de vino?). Para colmo, desfilan por la pantalla un puñado de personajes horriblemente planos, con algunas interlocuciones rayando lo ridículo. Ni siquiera un reparto de garantías completado por Willem Dafoe y Sam Neil es capaz de dar un poco de vuelo a una obra tremendamente decepcionante tras su apetecible comienzo. Otro tanto para la televisión. En esto de la cotidianidad vampírica, True Blood (Allan Ball, 2008-) juega en otra liga, en una muy superior.