
Valoración de VaDeCine.es: 6.5
Título original: Revolutionary Road Nacionalidad: EE.UU./Reino Unido Año: 2008 Duración: 119 minutos Dirección: Sam Mendes Guión: Justin Haythe, Richard Yates Fotografía: Roger Deakins Música: Thomas Newman Intérpretes: Leonardo DiCaprio (Frank Wheeler), Kate Winslet (April Wheeler), Michael Shannon (John Givings), Ryan Simpkins (Jennifer Wheeler), Ty Simpkins (Michael Wheeler), Kathy Bates (Mrs. Helen Givings)
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La crisis de pareja. Un tema manido pero en contadas ocasiones profundamente explotado en el cine, escasamente recorrido hasta donde ya no vemos más que un agujero sin fondo, guiados en su trayecto a través de las oscuras y sucias paredes que lo albergan. Sólo unos pocos maestros supieron sobrevivir al envite de la creación de ese mundo coexistente con la normalidad pero bien dotado de una extraña (misteriosa, porqué no) vida propia que es la pareja; Bergman o Antonioni, por ejemplo, resultaron modélicos en ese sentido. Sam Mendes lo intenta, se aproxima por momentos, pero no termina de llegar. Los Wheeler viven un mal momento, ni tan siquiera eso, viven en la peor de las situaciones: la del paso infructuoso del tiempo. Frank, con un trabajo rutinario que permita que la familia viva apaciblemente en una buena avenida; April, a la espera de que él llegue para servirle el plato en la mesa, sin mayor aspiración. Una inactividad asumida que hace que él cometa adulterio sin mayor preocupación, únicamente movido por la búsqueda no ya de la felicidad, sino de algo parecido a la inmediatez, aprovechándose de una pobre muchacha inocente. La situación es tal que, más tarde, cuando finalmente él lo confiesa, ella le reprobará no el haberlo hecho, sino el habérselo contado.

La vuelta a casa no plantea resquebrajamientos morales, sino ideales (cuando Kate asuma la conciencia del vacío que les rodea y proponga una ilusoria salida hacia la felicidad), y de ahí la chispa de la que brota el fuego verbal que escupen DiCaprio y Winslet, que en sus constantes enfrentamientos cara a cara consiguen transmitirnos la profunda frustración personal que ostentan sus inestables almas. Son esos breves pero intensísimos momentos de (des)conexión los que consiguen atrapar aquella verdad inherente a toda relación herida y nos invitan a contemplar impúdicamente las penurias de la unión de dos personas. El problema viene cuando Mendes se sirve de su habitual adorno estilístico y lo aplica a su nuevo film, como si fuera una plantilla que invariablemente se pudiera poner bajo el guión y el resultado siempre fuera a ser el idóneo. El tono de postal -esos planos generales embellecidos; esos flashbacks ralentizados y embaucadores; esos travellings de la ilusión- en una historia descarnada como ésta, hace que sobrevuele la impresión de lo impostado, que inevitablemente se pierda fuerza en el camino, y así resulta difícil entrar de lleno en el drama planteado. La música de Newman, de sobra conocida en su colaboración con el director, tampoco ayuda. Si además se utiliza a un personaje secundario de las características del interpretado por el camaleónico y eficiente Michael Shannon -un disminuido psíquico que viene a poner de relieve las supuestas verdades y problemas de la relación- de una manera tan obvia y fácilmente descarada, se descuida alarmantemente el (aquí nulo) papel de los hijos, y se persigue la comparativa inmune rodeando a los vecinos, se constata, en fin, que la tragedia no es más que una representación esforzada, despojada de verdad; aunque el plano final bien valga una vida.
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A mi parecer, la mejor película del año. Mendes me hablaba a mí. Eso no me pasaba en un cine desde hacía mucho tiempo. Entiendo a sus personajes, demasiado como para no sentirme ante un espejo que me llena de frustración y miedo. Por cierto, como tu bien mencionas, algo que Bergman también consigue provocarme en muchas de sus peliculas. Muy pocos más.