Película All That Jazz

Actor, bailarín, reputado coreógrafo y director de cine, Bob Fosse dedicó su vida a la danza en sus múltiples facetas y vertientes artísticas. Joe Gideon, rol protagonista de la semibiográfica All That Jazz, también. Sólo Fosse sabrá cuánto de su propia vida incluyó en el desgarrador film, uno de sus grandes éxitos junto a Cabaret (1972) o Lenny (1974). Lo que sí se percibe con meridiana claridad es lo intrínseco que el realizador siente el mundo del espectáculo en esta obra. El retrato fiel, intensamente duro y procedente de las entrañas, sólo es entendible desde la pasión hacia las tablas y candilejas.

Soy un truhán, soy un señor… yeah! (atentos al negro que asoma bajo el sobaco)
El original modernismo de su narrativa rompe con la línea clásica para introducir ensoñaciones, conversaciones con una muerte de inmaculada belleza en una suerte de repaso vital de estilo ‘bergmaniano’ y, cómo no, unos soberbios números musicales. La estructura no es sino una mise en abyme, claramente influenciada por la memorada Fellini, ocho y medio (1963), arte dentro del arte. Así, en realidad, asistimos a un falso musical, donde, excepción hecha de los surrealistas números finales, las coreografías salpican la historia como hechos que acontecen, no como parte de la misma ni como avance de la trama. La función es parte de la lírica vida del protagonista de un modo decididamente real.

Teniendo en cuenta aquella máxima que afirma que en el lecho de muerte solamente seremos lo vivido y la forma en que lo hicimos, no quedaría nada que reprocharle al alter-ego de Fosse, pues Joe Gideon, encarnado por un exigido y fascinante Roy Scheider, existe con mayúsculas. Dedicado con plena intensidad a su arte, vehemente, incapaz de resistirse a los devaneos con las bailarinas, mil veces enamorado pero nunca al nivel exigido en una relación. Su vitalista forma de entender el mundo, que le obliga a recurrir a las anfetaminas como fuente de energía diaria, enlaza con su ironía y sinceridad. A la hora de hacer balance, él mismo reconoce sus tremendos errores, pero es un hombre incorregible. O es así o no es nada.

Con un portentoso y especializado reparto, All That Jazz marca la pauta a seguir a la hora de elaborar un musical adulto, profundamente existencial. Dotada de un envidiable sentido del ritmo en más de tres cuartos de su metraje, la película solamente se despista en su parte final, donde una mayor síntesis hubiera resultado conveniente. Pero la expresividad del film, su incontinencia, forma parte del mismo. Bob Fosse lo realizó a su manera, lo que opinen los demás, está de más. No se puede rodar de forma tan personal sin caer, por un escaso momento, en la subjetividad y el onanismo.

Premiada en Cannes con la Palma de Oro en 1980 y reconocida en los Oscar, su factura visual atesora una profunda belleza. Arriesgada y triunfadora en el uso del color, la maravillosa puesta en escena y su audaz montaje saltan de las tablas para tomar conciencia propia en el celuloide, aprovechando el lenguaje cinematográfico para impulsar la historia, acercándonos a unas coreografías que alcanzan la excelencia a través de la proximidad, con piano, batería y banda en directo, danzas de las de cinta en pelo, mallas y sudor.

Plumífero número en la clínica de desintoxicación de Betty Ford.
Bob Fosse desnudó su alma con este drama musical entre bambalinas, rebuscó en su interior y mostró sus entrañas. Tal vez la biografía no sea exacta pero sus opiniones sobre productores, críticos, amor, arte, las obsesiones y la vida son profundas y veraces. All That Jazz es un inusual ejercicio de sinceridad que surgió del vistazo por el retrovisor de un talento innato que parecía sentir próximo el fin, tal vez la única manera de comprender el camino recorrido. Una auténtica mirada del adiós.