Película Las Mejores Intenciones

Para cualquier director, contar con Ingmar Bergman como guionista debe resultar de lo más placentero. El afortunado en este caso, Bille August, escogido por el genio sueco para llevar a cabo este film basado en las vidas de sus propios padres, sin duda podría dar buena fe de ello. No en vano, el resultado de la unión de su propio talento con el del maestro en esta soberbia película fue premiado en el Festival de Cannes con la Palma de Oro. Un galardón, el segundo en el prestigioso certamen para el director danés, más que merecido como reconocimiento a la magnitud de esta obra.

Fabulosamente ambientada en la agitada Suecia de principios del siglo XX, la cinta nos presenta la atracción entre dos jóvenes procedentes de mundos muy distintos. Por un lado Henrik, humilde estudiante de teología y futuro pastor protestante, al que la vida le ha tratado siempre con dureza y miseria. Por otro, Anna, una joven inquieta y caprichosa, perteneciente a una familia de clase alta que, muy enamorada de éste, decide desafiar a su entorno para estar con su amado. Una historia en apariencia más que repetida y conocida en nuestra cultura, pero a la que Bergman dota de mayor profundidad y dramatismo, alejando la trama del típico choque cultural que dos enfervorizados amantes afrontan en comunión.

Más allá de la titánica lucha por la aceptación de sus familias, de tan distinto estatus social, ambos habrán de enfrentarse a una amenaza aún mayor para su felicidad: las arraigadas y dispares educaciones de ambos, que afloran inconscientemente en momentos de tensión y colisionan con dureza para sorpresa de ellos mismos, descubriendo que sus diferencias son más profundas de lo que imaginaban. Un hecho que centra el interés de la película y sobre el que reflexiona el autor hasta convencernos de la crudeza de la vida real más allá de los sueños e ilusiones amorosas. Un turbulento drama romántico en el que la forzada búsqueda de la felicidad común ordena hacer sacrificios que contradicen los ideales de los protagonistas que, cediendo en sus pretensiones, llegan a un término medio que deja insatisfechos a ambos, pero que resulta ser el único punto donde pueden convivir. Triste, realista y cruda, una historia de amor contra los elementos en la que el propio sentimiento afectivo en su máxima expresión, por sí mismo, no es suficiente.

Magistralmente interpretada y dirigida con intachable rectitud cinematográfica, estamos ante un magnífico film que, pese a su extenso metraje, engancha al espectador hasta las últimas consecuencias de su tormentosa narración. Mucho más que recomendable, una narrativa atemporal que invita a la meditación sobre su propuesta y cautiva con su elegante acabado, a la altura del excelente texto de Bergman.