Película Veredicto Final

Hacer lo correcto. Frank Galvin (Paul Newman) tiene esta, aparentemente sencilla, revelación al mismo tiempo que lo hacen las fotos que acaba de tomar con una Polaroid a su cliente, una paciente en coma victima de una negligencia médica. El dinero, capaz casi siempre de silenciar protestas y burlar leyes, por una vez no será suficiente para enterrar la atrocidad que tiene ante sus ojos. En Veredicto Final, Sidney Lumet pavimentó un nuevo subgénero dentro del cine judicial, centrándolo en los derechos civiles. Un tipo de causa que no había sido tratada hasta la fecha en largometrajes de este tipo, siempre centrados en procesos criminales, si exceptuamos la clara lectura sobre el racismo que empapa Matar a un Ruiseñor (Robert Mulligan, 1962), en cualquier caso introducida en un caso criminal.

Newman, en uno de sus mejores trabajos, ya sin rastro alguno del academicismo del Actor’s Studio, da vida a un abogado denostado por sus compañeros de profesión al que, únicamente, su amigo Mickey (Jack Warden) alimenta con casos sencillos para tratar de sacarle del agujero de alcoholismo en que se hunde cada día más. De este modo se encargará del proceso. Un caso abocado a una sencilla negociación que supondrá calderilla a un Hospital adscrito a la Iglesia, que no quiere ver manchado su nombre, y un último consuelo para unos padres cansados de luchar y resignados a su indefensión, hasta el punto de enfurecerse al conocer que su abogado, sin embargo, rechaza el dinero y lleva el caso ante los tribunales. Frente a Frank y Mickey, picapleitos de los “viejos tiempos”, todo el moderno equipo de abogados del Hospital, comandados por Ed Concannon (James Mason), un perro viejo de los juzgados de los que se las saben todas que ha preparado a conciencia el caso con sus numerosos subalternos.

Sidney Lumet se preocupa muy mucho de realizar un buen retrato de Frank antes de la presentación del caso. Insinuando su pasado con las primeras tomas del filme, y posteriormente, mostrando su patético presente en su reunión con los padres de la chica. Es importante para que el espectador entienda que el abogado siente que su redención –en el fondo, el argumento principal de la cinta- queda ligada, en cierto modo, a este proceso. Así, los vaivenes de éste afectan directamente al estado de ánimo de Frank, que encontrará apoyo en Laura, una chica a la que conoce poco antes del comienzo del caso (Charlotte Rampling).

Dentro de la sala, es ciertamente una película típica en su fondo. El juego de interrogatorios, testigos que se echan atrás bajo la presión o el dinero, nuevas pistas que seguir que conducen a una verdad sepultada bajo el chantaje y la corrupción. Nada destacable. Nada, si no fuera porque la confrontación se produce entre dos tipos que representan la esencia misma del cine, un par de actores eternos que levantan de inmediato la película con su simple presencia, casi permanente en el caso de Newman y más intermitente, pero no menos espectacular, en el caso de Mason cuyo personaje, rico y triunfador, resulta antitético del representado por Newman.

Una vez llegados al desenlace, la diferencia entre Veredicto Final y lo que surgió tras ella se hace aún más patente. Frente a ese cine efectista, lacrimógeno y bien masticado que empuja cuesta abajo trabajos interesantes como Acción Civil (Steven Zaillian, 1998)Erin Brockovich (Steven Soderberg, 2000) o Legitima Defensa (Francis Ford Coppola, 1997). Lumet llena de sobriedad la sala. Los abogados realizan sus discursos sin que suene una sola nota musical que obligue a ir buscando el pañuelo. El jurado pronuncia la sentencia, y seguimos sin escuchar nota alguna. Nada. Simple y llanamente los hechos. Es tarea del espectador calibrar la carga que ellos conllevan.

Lo que sigue es un epílogo excelente donde nuestro (anti)héroe, en un acto de responsabilidad a la altura del que le hizo cambiar el rumbo de su caso, decide no responder a un teléfono que suena, cuando puede que sea el amor, quizá el último, el que espera para ser perdonado al otro lado de la línea. Como en El Buscavidas, la redención casi siempre tiene un difícil coste.