
Valoración de VaDeCine.es: 8.5
Título original: La vie d'adele Nacionalidad: Francia Año: 2013 Duración: 180 min. Dirección: Abdellatif Kekiche Guión: Abdellatif Kechiche, Ghalya Lacroix (Novela gráfica: Julie Maroh) Fotografía: Sofian El Fani Música: Varios Intérpretes: Adèle Exarchopoulos (Adèle), Léa Seydoux (Emma), Salim Kechiouche (Samir), Mona Walravens (Lise), Jeremie Laheurte (Thomas), Alma Jodorowsky (Béatrice) Trailer
Del mismo modo que Juliet Binoche jamás se ha arrepentido de rechazar a Spielberg (dijo no al papel de Laura Dern en Parque Jurásico) para protagonizar Azul, la primera de las tres películas que componen la Trilogía de los Colores de Kieslowski; tampoco creo que Adèle Exarchopoulos, por más que haya criticado los estajanovistas métodos de dirección de Abdellatif Kekiche, se arrepienta nunca de ser la joven protagonista de La Vida de Adèle, Palma de Oro en Cannes 2013 y película europea del año. El sexto largometraje de Kekiche es culto, desinhibido y complejo; un
trabajo redondo apuntalado en una interpretación portentosamente natural, de esas que se marcan indeleblemente en el espectador.
El film responde desde Europa a tantos y tantos relatos indies norteamericanos sobre relaciones condenadas al fracaso. Funciona como contrapunto intelectual de títulos como Blue Valentine, por poner un ejemplo. Sin tratar de minusvalorarlos, creo sin embargo que La Vida de Adèle es mucho más; mucho más también que el punto transgresor del (des)encanto de una historia de amor entre dos mujeres. Es, sobre todas las cosas, la hermosa crónica del crecimiento individual de una adolescente. Una ambiciosa disección que abarca el tiempo en que Adèle se hace mayor y su personalidad acaba por forjarse. Poco a poco, retratando miedos, complejos y tropiezos; alegrías y sinsabores. Real como la vida misma.

Estructurada en dos partes diferenciadas por la evolución sentimental de sus dos protagonistas: Adèle y Emma (Léa Seydoux), la cinta no evita mostrar la situación actual de las relaciones homosexuales. Kekiche subraya las barreras que todavía diferencian el mundo gay del mundo lésbico. No obstante, el director no se siente interesado en profundizar en los conflictos que ello pudiera general, a nivel social -amigos que comprenden una relación entre dos hombres pro no entre dos mujeres- o familiar -Adèle esconde la relación a sus padres mientras que Emma, perteneciente a una familia más moderna, la vive de manera totalmente natural-. Kekiche centra sus energías en examinar, de manera primorosa, los sentimientos comunes a toda relación entre dos personas, convirtiendo su emocionante relato en universal.
La mención a Azul al comienzo de estas líneas tiene
sentido por varias razones. La primera, ya apuntada, la importancia
que debería tener este trabajo para su actriz principal.
La segunda, la obstinada presencia del azul en la escena. Desde la
aparición del pelo teñido de Emma en el primer encuentro
entre las dos protagonistas de la película –momento enriquecido por una
secuencia anterior, durante una clase de literatura, donde se comenta el
significado del enamoramiento como inolvidable arrebato ante la persona
amada-, diferentes tonos de azul ejercen de secundario en cada
encuadre, dando al largometraje una riqueza visual añadida. Y la
tercera, la más relevante, su impecable modo de
representar abstracciones. Si en Azul, Juliet Binoche encarnaba la
tristeza misma, la pasión queda inigualablemente plasmada en los diez
minutos de sexo más arrebatadores del cine moderno. Su filmación es
hermosa, de una fisicidad difícil de olvidar. Todo un logro
cinematográfico que, en lo que respecta a la evocación de un sentimiento
trascendente -en este caso, sobre todo la pasión-; no encuentra rival en el cine reciente.

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