Película Noche de vino y copas

Ole Christian Madsen da un giro a su carrera pasando de las tramas de espías en época de guerra de aquella notable Flame y Citrón de 2008 a la comedia romántica más liviana y predecible en lo que dura la risa de un loco. Superclásico (no entiendo el cambio del título en España cuando ya está en castellano) es eso y poco más.

Christian (Anders W. Berthelsen) es un danés cuartentón al cargo de un hijo adolescente en plena crisis de identidad (Jamie Morton), poseedor de una tienda de vinos y excelente catador de estos caldos, abandonado por su esposa (Paprika Steen), una representante de futbolistas ahora ennoviada con el delantero estrella de Boca Juniors (Sebastián Estévanez), lo que viene siendo una Nuria Bermúdez madurita. El bueno y desgraciado de Christian en un alarde de valentía y pundonor viajará a Buenos Aires, en el mismo fin de semana del supercláscio, para recuperar y traer de vuelta a su mujer. Sí, la vieja y apolillada historia.

Noche de vino y copas centra su humor en el contraste del caracter danés/argentino, la filosofía del fútbol contra la filosofía a secas, Maradona contra Laudrup, Laudrup contra Kierkegaard (que va, que va, que va…). Esto funciona durante gran parte del metraje, hasta que la película vuelve a las casillas de las que partió y se centra en el duelo de egos del triángulo amoroso. Allí donde sólo quedará el azúcar, la vergüenza del perdedor y la oda fotográfica a la Ciudad de Buenos Aires. Sin embargo dentro de todos los clichés aún habrá sitio para mágicas pinceladas en las actuaciones de dos secundarios, Adriana Mascialino (aún no se si doble de cuerpo mediante) y el desaparecido Miguel Dedovich dos maestros de la escena argentina.

No se puede pedir más. Superclásico, no puede escapar de aquello para lo que fué concebida, eso sí, el rato que lo hace es agradable y encantadora. Al menos merecedora de no ser castigada en su distribución, una lástima.