Película La sombra de la traición

Si un thriller que se presiente juguetón enseña su primer giro a la media hora, agárrense muy fuerte, porque vienen volantazos bruscos. Sólo hay que esperar: el vuelco llegará seguro. No deseo juzgar el conjunto por la verosimilitud de esta trama de cambios de sentido, pues la sentencia dictaría que no hay por donde cogerlo. Es preferible comentar que dejándose llevar muy mucho, y aguardando por pura curiosidad el viraje argumental definitivo de mear y no echar gota, su engranaje de espías de otro tiempo quizás sea capaz de enganchar a cierto público ávido de intrigas de medio pelo con rusos como lubricante, que siempre han sido muy socorridos ejerciendo de amenaza latente. Despertar al gran oso, en definitiva. Una apuesta en toda regla por la nostalgia del subgénero. De esta manera, rebajando el nivel de análisis, confío en poder expresar lo que cabe esperar del debut de Michael Brant en la dirección: un medianamente disfrutable pasatiempo sin categoría ni aportación reseñable alguna. Ni su plana dirección ni un chabacano guión repleto de lugares comunes invitan a concederle mayor atención desde un punto de vista riguroso. Apenas un par de secuencias ponen tierra de por medio con la frontera del telefilme.

Al escaso empaque de la cinta se une el nulo interés por desarrollar a sus imposibles personajes, al menos no más allá de ordenar a Richard Gere que exhiba esa cara de reconcomio a la que tan acostumbrados nos tiene últimamente. Tras ello se adivina un ligero ánimo por dotar de profundidad a su historia personal, pero poco o nada logra seducirnos porque su doble cruzada es sencillamente ridícula. Y hablando del esforzado aunque estéril protagonista y cebo del proyecto, huelga decir que efectivamente está muy mayor para los trotes que la acción de esta película propone, y eso que tampoco es que la exigencia sea máxima, ya que no estamos precisamente ante un ejercicio fílmico demasiado trepidante. Se conserva bien, pero no tanto como para dar vida a individuos que ejecutan según qué cabriolas. Su doble se ha ganado el sueldo.

Al despistado Gere se suman un Martin Sheen sin mucho que decir y el meritorio Thoper Grace como listillo recién salido de Harvard; un trillado papel que resulta el perfecto caldo de cultivo para establecer la no menos sobada relación profesional de veterano hastiado y novato impetuoso. Como podemos imaginar, escaso desafío para guionistas y actores, quienes sólo han de conectar el piloto automático para cobrar el cheque al final de una producción sin solidez alguna.