Valoración de VaDeCine.es: 6
Título original: This Must Be the Place
Nacionalidad: Italia
Año: 2011 Duración: 118 min.
Dirección: Paolo Sorrentino
Guión: Paolo Sorrentino, Umberto Contarello
Fotografía: Luca Bigazzi
Música: David Byrne, Will Oldham
Intérpretes: Sean Penn (Cheyenne), Frances McDormand (Jane), Judd Hirsch (Mordecai Midler), Heinz Lieven (Aloise Lange), Eve Hewson (Mary), Olwen Fouere (Madre de Mary), Kerry Condon (Rachel), David Byrne (Él mismo)
Trailer
La heterogeneidad argumental fuera de órbita trae consigo diversas consecuencias. La mejor posible sería lograr crear en el espectador la sensación -para bien- de que cabe esperar cualquier cosa de la escena siguiente. Capacidad de sorpresa, en definitiva. Que la curiosidad nos retenga frente a la pantalla. Podría decirse que Sorrentino sí nos despierta este interés por el próximo paso de su personaje protagonista, absorbiendo de este modo nuestra atención. Y lo comienza a conseguir desde la premisa inicial y sus primeros minutos, centrados en presentar a un peterpanesco ex-rockstar de peculiar perspectiva sobre la vida e idiosincrasia tirando a grotesca, aunque sin por ello importunar a nadie.
Cheyenne (Sean Penn) es un rock/punk gótico pasado de rosca con la vitalidad en modo ahorro. La función aparentemente invita al patetismo. Sin embargo, toda vez que su condición no parecen suponerle un problema para llevar la vida que él mismo desea, nos disponemos sin remordimientos a acampar en los terrenos de la comedia marciana. Ésta se ve apuntalada con algún momento realmente divertido y citas ocurrentes, dejándonos impresionar por cierta ostentación estética que huele a impostada pero no llega a irritar. Y es que tampoco vamos a criticar que un director aspire a experimentar con todos y cada uno de los planos de su obra. Al fin y al cabo, percibimos el cine por conducto audiovisual. Una puesta en escena preocupada por su atractivo siempre es bienvenida. Ahora bien, Sorrentino corre un riesgo: quizás no sea tan imaginativo como para espantar el fantasma del cargante spot televisivo durante todo el metraje.

La historia comienza a gambetear e inquietarnos con los primeros arranques de cólera de Cheyenne. Aquí observamos un esfuerzo por hacer evolucionar al personaje. Se vislumbra un drama personal y familiar. Torcemos el gesto. Ahora sí andamos desconcertados. La propuesta alza la voz con el recuerdo del Holocausto como escenario trágico. Se agolpan los géneros y nuestro protagonista aspira a mito cinematográfico. Pero no. Sorrentino no logrará que Penn se apunte el tanto que ansía con la imposible composición de su papel; un desigual trabajo más cercano al esperpento que a la genialidad.

Brota la gravedad entre escenas simpáticas, pero se equivoca el tono cordial cuando la solemnidad reclama definitivamente su lugar. La propuesta deambula entre buenas ideas y la más absoluta indefinición. A ratos tenemos la sensación de que esta mezcla de futilidad y los ecos del espanto nazi no puede si no terminar por encrespar. Surge la road movie y parece coger aire. A continuación exaspera con una ambiciosa trama detectivesca de frágil investigación y absurdo vengador. La reconciliación con uno mismo, el perdón y la búsqueda de la madurez quieren manifestarse como motivos de la película. De los terrenos de la apatía hasta el salto desde del guindo, un viaje catártico se impone como discurso global del film, pero ya no hay quien se lo crea en su conclusión. Para entonces la impresión de parodia ha ido demasiado lejos; y me temo que para quedarse.
Es estrafalaria, pero me ha gustado mucho, sobre todo a nivel técnico. Tiene alma. Y, no sé por qué, me identifico con esa visión tragicómica, casi mágica, de la vida. Puede que yo también tenga síndrome de Peter Pan.
Por cierto, verla doblada debe arruinarla por completo.