Película Les Lyonnais

La violencia, el honor y un sentido estricto de la fraternidad gobiernan las líneas maestras de la última película de Olivier Marchal, quien da muestras de manejarse con talento entre el nervio hollywodiense y los ecos del mejor cine polar. La biografía de Edmond Vidal, más conocido en su ambiente como Momon, sirve a este interesante realizador para construir una película criminal a dos velocidades; por un lado la pausada e intrigante crónica en tono crepuscular de la banda de Los Lioneses, hoy en día viejos y separados; y en contraste a esa madurez y fatiga, la frenética narración acerca de los inicios de los impetuosos jóvenes que atracaron buena parte de Francia a inicios de los años 70. El resultado es un thriller duro y contundente que no concede un respiro gracias a un sólido guión con cabida tanto para la solemnidad gangsteril como para un furioso manejo de la acción, sin permitir que el espectador se acomode en alguna de estas vertientes.

Pero es precisamente en el casado de esta exposición a dos etapas y ritmos donde la cinta encuentra sus mayores problemas, ya que desde sus extravagantes créditos de inicio, que se desligan con estridencia del magistral prólogo, comprendemos que el montaje de ambas historias no será precisamente elegante, abusando de exposiciones y aclaraciones en forma de flashbacks que evidencian poca confianza, bien en su capacidad narrativa, bien en las entendederas espectador.

Obra abocada a la desgracia, Les Lyonnais apuesta por una atmósfera criminal de la que parece imposible escapar. Remordimientos, lazos íntimos y ajustes de cuentas mandan las acciones de unos personajes que actúan trágicamente en base a esas pautas, condición que les convierte en esclavos de su pasado y títeres de una función que ellos mismos construyeron hace décadas. La capacidad de elección queda así limitada a la primera época del relato, luciendo ésta con un matiz más vitalista en armonía a la juventud de los protagonistas. Este tramo de lozanía goza de cierto atractivo y está rodado con empuje y determinación, pero sólo interesa realmente como base para la futura fatalidad que aguarda a la vuelta de los años. Es por ello que sea la parte final de las memorias de Momon Vidal, reveladora de la cara más cruda y descorazonadora, la que viene a aportar enjundia y vigor a la hora de asentarse en un género cinematográfico que efectivamente reclama altas dosis de oscuridad. Y es en este punto, en el más negro rincón del corazón de un malhechor arrastrado a serlo desde su dura infancia gitana, donde la cinta halla su dimensión, explorando ese alma rota en los ojos de un Gerard Lanvin absolutamente carismático en su notable construcción.