Película Vicky Cristina Barcelona

Es extraño. Resulta apasionante acercarte al cine sabiendo que puede estar esperándote la genialidad o, por el contrario, la dolorosa realidad de un autor, otrora imprescindible, al final de su carrera. Ya ha sobrepasado los 70 (va a por los 73), podría bajar el ritmo y evitarnos mediocridades tan grandes como El Sueño de Casandra (Woody Allen, 2007). Sin embargo, ¿quién se atreve a faltar a la cita anual? Muy pocos, desde luego; y yo no me encuentro entre ellos. Vicky Cristina Barcelona, el proyecto para 2008 de Woody Allen ya circula por todo el mundo. Permítanme acabar con sus dudas cuanto antes –si es que se fían de mi-, el nuevo Allen no es redondo, pero vuela alto, sin duda.

Una fallida, en mi opinión, voz en off nos pone al corriente de la historia: Vicky (Rebecca Hall) y Cristina (Scarlett Johannson) vuelan a Barcelona para pasar el típico verano europeo del que tanto gusta fardar en los Estados Unidos. La primera, prometida a un niño rico neoyorquino con el que su vida transcurrirá apacible, es previsora y poco dada a las extravagancias; todo lo contrario que Cristina, una belleza descomunal, impulsiva y acostumbrada a todo tipo de excesos. La aparición de Juan Antonio (Javier Bardem) demostrará que, a la hora de la verdad, no son tan diferentes una de la otra.

Siguiendo los pasos de su injustamente olvidada Melinda y Melinda (Woddy Allen, 2004), Allen agita la vida de sus dos personajes para demostrar la inevitable relatividad de la existencia humana. Para ello se vale, además del recurrente azar, de un Javier Bardem inconmensurable en sus primeras intervenciones, capaz de componer un chulazo bohemio con el sexo entre ceja y ceja. Su primera escena es antológica, un ejemplo clarividente de buitreo extremo, ante el que las protagonistas (y media sala) quedan estupefactas. Puro Allen.

Así, una vez dinamitada la rutina de nuestras aburridas vidas, Woody saca el bisturí, vuela hasta Hannah y sus Hermanas y comienza a disertar sobre las relaciones de pareja, el miedo, la búsqueda, el inevitable engaño; siempre con su insobornable desconfianza ante la permanencia del amor. Es una pena que muchas de las reflexiones provengan de la frialdad de esa voz en off demasiado protagonista que trilla demasiado la historia y resulta redundante al explicar las reacciones, los sentimientos o las motivaciones de los personajes. Ninguno de ellos necesitaba de esa ayuda, todos realizan un ejercicio interpretativo notable que merecía mayor confianza por parte del director.

Todo viene disfrazado de comedia ligera (nada nuevo en la carrera de Allen), sobre todo tras la aparición del personaje de Maria Elena -espléndida Penélope Cruz en el único tipo de personaje que realmente borda-. Sin embargo, la comparación de Vicky Cristina Barcelona con otros trabajos cómicos del útlimo Allen como Todo lo demás (Woody Allen, 2003) o Scoop (Woody Allen, 2006), la deja muy bien parada. Entre otras cosas porque a su facilidad para diseccionar las relaciones humanas tras el amable velo de la comedia, se une, en este caso, un cierto cabreo para con sus compatriotas que da alguna pista del porqué de su nueva faceta, esa que le ha llevado a rodar las últimas películas en Gran Bretaña y España. Woody lanza un dardo envenenado al crear para Doug (Chris Messina), el prometido de Vicky, un personaje paradigmático de lo que el considera una sociedad acomodada, anticuada y, sobre todo, falta de cultura. Esa Nueva York efervescente de la que Woody estaba enamorado y a la que regaló un puñado de obras maestras parece que ha dejado de existir en la mente del maestro y ha decidido situar sus historias en la siempre fiel Europa, cuna de sus mayores influencias.

Este periplo alejado de New York, ha enriquecido, en ciertos aspectos, los últimos trabajos del director. Aquí por ejemplo, sabe adaptar su película al entorno (que nadie olvide que Allen elige España y no Cataluña). Así, se observa claramente la influencia de Pedro Almodóvar en el tono melodramático, a veces disparatado, de la cinta; o en el papel que interpreta Penélope Cruz, un tipo de personaje largamente merodeado por el director manchego y ante el que Allen no se arruga y saca mucho partido de sus escasas intervenciones. Del mismo modo el flamenco, elegido con el buen gusto que se le supone a un músico de Jazz como él, sustenta la banda sonora. Por último, elige inteligentemente a Javier Aguirresarobe para encuadrar su película. El excelente director de fotografía vasco muestra una España bellisima, con una luz especial en cada una de sus diferentes localizaciones.

Vicky Cristina Barcelona es, a ratos, gran cine. Hay mucho bueno en ella, grandes actuaciones, inteligencia, poso… pero desgraciadamente a medida que avanza la cinta se observan errores indignos de un autor de su talla, sobre todo porque lo más débil de esta notable película es el guión de la misma; y uno no espera eso de uno de los más grandes guionistas de la historia del cine.

Anexo: Ojo con la versión doblada, no sólo por perdernos a Penélope Cruz y a Javier Bardem parlamentando en inglés, sino porque los mejores momentos de la película llegan de la mezcla de idiomas. Allen explota de manera ejemplar las posibilidades cómicas de la incomunicación entre los personajes y algunas de las escenas que tienen a Cristina, Juan Antonio y Maria Elena como protagonistas son realmente desternillantes, pero imposibles de ajustar a una película enteramente en castellano.