Valoración de VaDeCine.es: 8
Título original: Faust
Nacionalidad: Rusia
Año: 2011 Duración: 134 min.
Dirección: Aleksandr Sokurov
Guión: Aleksandr Sokurov, Yuri Arabov, Marina Koreneva (adaptación libre de la obra homónima de Johann Wolfgang von Goethe)
Fotografía: Bruno Delbonnel, Bernhard Nicolis-Jahn
Música: Alexander Zlamal
Intérpretes: AJohannes Zeiler (Heinrich Faust), Anton Adasinsky (prestamista), Isolda Dychauk (Margarete), Georg Friedrich (Wagner), Antje Lewald (madre de Margarete), Florian Brückner (Valentin)
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Ficha técnica en Sensacine
GROTESCA DEFORMACIÓN DEL PODER
Ya en múltiples ocasiones Aleksnder Sokurov ha manifestado su idea del cine como lenguaje embrionario, pendiente de desarrollo. Un arte cuyas modestas capacidades distan un mundo de las maduras posibilidades literarias, tan receptivas al discurso filosófico, a la indagación en el alma humana a través del reposo de las palabras. Esta reflexión, esqueleto latente en todo el cine del realizador ruso, resultarán imprescindibles para comulgar con éste su acercamiento al texto de Goethe, al mito de Fausto. Respetuoso, rendido en admiración cabría precisar, y sin embargo tan interesado en alzar su propia y libérrima voz; como siempre ofuscado en hacer evolucionar al medio cinematográfico tanto en lo conceptual como en lo estético. Porque Sokurov es plenamente consciente de su legado fílmico, de ahí su minuciosa pasión por los ciclos (Fausto compone la cúspide de una tetralogía), de ahí su convencimiento en que una película rodada y montada sin la exploración como fin último es una obra vana y sobrante, pues jamás ayudará al cine en su pretendido acercamiento a la categoría de arte consumado.
Fausto, decíamos, supone la cuarta entrega de la "Tetralogía del Poder", cuyos tres primeros capítulos (Moloch, Taurus y El Sol), retratan a icónicos políticos en la intimidad de su ocaso (un Hitler pre-Stalingrado, un anciano Lenin y el desnortado Hirohito horas antes de entregar Japón, respectivamente), focalizando su desgraciada humanidad, rastreando sin juzgar lo que les une al común de los mortales, a los que sus decisiones o desvaríos tanto afectan. Del mito, tan inasible y primario, a la persona real. Que Fausto culmine dichos estudios biográficos debe aportarnos una idea del enfoque elegido, pues igualmente partimos de la mitología (esta vez literal) para bucear en las enfangadas aguas de la persona. De nuevo husmearemos en las entrañas de un poder largamente ansiado pero descontrolado, incomprendido o mal mesurado.

Universal en su contexto y tiempo, el simbólico, pictórico y complejo Fausto de Sokurov (bien merece ya esa etiqueta) comienza con una interrogativa del propio Doctor ante las tripas abiertas de un cadáver. En medio de la autopsia su científica mente no alcanza a ubicar el alma. Las vísceras por única respuesta. En la misma línea, ya casi a la conclusión del largometraje, aparece una afirmación que viene a dar respuesta a las plegarias de los que vivimos en un mundo confuso y extraviado: “él te agradece que lo matases. Aunque el verdadero regalo sería no haber nacido”. Un alfa y un omega profundamente significativos del relato comprendido entre ambos puntos.
Sokurov atiende desigualmente las dos partes de la obra literaria original, dedicando la casi totalidad del film a la primera de ellas. Donde Fausto, sediento de conocimientos y del refugio del amor ante el vacío existencial, da pábulo a un extraño consejero: un horrendo personajillo que regenta una casa de empeño y al que seguirá en su afán por poseer a la bella Margarette. Sokurov nos regala aquí un Mefistófeles usurero, grotesco y deforme, representado por el patetismo y un sombrío realismo. Así, sus artificios se nos revelarán mundanos, más propios de un sucio manipulador, de un interesado casamentero, que de la encarnación misma del mal. Con todo, piedra a piedra, hará sucumbir a Fausto hasta la sangrienta firma contractual.
La decadente y sinuosa espiral por la que resbala Fausto, de difícil digestión para un espectador erróneo (Sokurov no es un director fácil, conviene decirlo ya), se retuerce fantasmagórica y polvorienta, trufada del uso de filtros en la cámara que decoloran el ambiente, tornando en lúgubre cualquier luminosidad, a excepción puntual de la bella Margarette, quien alumbrará la fotografía en el momento de su caída en el hechizo. Para el resto quedará la tenebrosidad del alma, el claroscuro. Rembrandt, la pecaminosa condenación de El Bosco y la terrible negrura de Goya.
Así, en un mundo angosto (Sokurov hace especial hincapié en esta metáfora), la piel contra la piel, la patética forma de moverse de los personajes y el juego de perspectivas y simbolismos deforman los rostros, los sumen en la indefinición a la par que representan una cierta podredumbre de nuestra sociedad, profundamente descabezada y en la que el ansia de poder debiera carecer de sentido alguno, ya sea para un dirigente desconocedor de que su momento terminó o para un simple hombre que vendió su alma al diablo, tanto da. Al fin y al cabo, ambos personajes siempre han sido y serán el mismo.

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