Película [REC] 3: Génesis

LA ESPAÑOLA CUANDO BESA

Con el anuncio de las dos nuevas entregas, la exitosa saga [REC], hasta ahora conformada por tan sólo dos films dirigidos a dos manos por Jaume Balagueró y Paco Plaza, corría el riesgo de anquilosarse y dejar de suponer el tremendo impacto que ha tenido y continúa ejerciendo en el marco del fantástico español. Si la película original nos dejaba a todos con la boca abierta por su brutal irrupción dentro del terror patrio como casi nunca antes se había visto, su continuación, pese a su notable buen hacer, parecía apuntar un agotamiento en una historia -situada en medio de una coyuntura espacial y parida en un contexto estilístico muy concretos- que no daba más de sí. Probablemente hubiera resultado de esta manera de no haberse producido la ruptura artística entre los dos directores, quienes han decidido ir cada uno por su lado para ¿concluir? la franquicia con sendas producciones independientes.

Y el primero en actuar es Paco Plaza, director que antes de despuntar precisamente gracias a esta franquicia, ejerció como fiel artesano para algunas producciones de la Fantastic Factory, el sello de terror de su amigo Julio Fernández, presidente de Filmax (que por cierto hace un cameo al principio de la cinta). En solitario, el joven director continúa el motivo temático de la saga pero reinventa su concepto para prestarse a una plena libertad de expresión, absolutamente fresca y radical, ejerciendo así el efecto de un contundente anti-oxidante a la vez que el de sustancia alucinógena propulsora de los más bajos instintos (estos son, deleite y desenfreno ante la barrabasada auténtica) sobre un espectador que en la mayoría de las ocasiones, cuando se enfrenta a este tipo de cintas, sólo espera recibir un entretenimiento bien hecho, además de una buena ración de sustos e impacto.

Y vaya que si lo encontrará en [REC 3]: Génesis. Una película casera en sus primeros minutos, filmada a modo “cinema verité”, según dice uno de sus personajes (operador de cámara, para más inri), mientras nos muestra la llegada de los invitados a la boda de Koldo y Clara. Una boda, sí, celebración festiva por excelencia donde la despreocupación y la alegría campan a sus anchas; un contexto donde lo último que se espera que surja es la tragedia, por lo que su atropellada y violenta aparición logra impactar no sólo a los personajes de la ficción sino al propio espectador, a quien coge de sorpresa pese a conocer de antemano que, al fin y al cabo, esto era una película de zombis.

Ese caos inesperado, sórdido, decadente y nihilista, en plena exaltación de la festividad más gozosa posible, es la primera gran baza con la que juega Plaza, quien a partir de entonces pisotea la cámara dentro de la cámara que hasta ahora ha llevado un chaval con la única aspiración de captar de modo gamberro y desenfadado el evento, para recogerla él y autoafirmarse como director único y verdadero de una ficción plenamente consciente de serlo. Lo cual le posibilitará potenciar su discurso, plagado de referencias e instaurado en un efectivo marco cómico-rompedor muy cañí, construyendo su pieza en los márgenes del cine gore pero teniendo siempre presente una vis cómica muy oportuna y ocurrente, que suma para la diversión del conjunto y que autentifica la rabiosa personalidad de su realizador.

De la explicitud de las imágenes que riegan la pantalla de rojo sangre e impregnan el subconsciente del espectador, brota una cinefilia que deleitará al aficionado más apasionado. Cuando la novia se líe a mutilar cuerpos putrefactos de la mano de su sierra, sin duda podrá acudir a la mente de aquél el célebre Ash de El ejército de las tinieblas; o, retrotrayéndonos hacia el espíritu posesivo y de atadura pasional llevada al extremo (de lo irreverente), entreverá la raíces del subsuelo de donde Michele Soavi extrajo su Mi novia es un zombie; incluso, y siguiendo esa línea, no le hará falta ir tanto hacia atrás para darse cuenta de que, en realidad, quizás Clara no sea sino una reincorporación (siempre a la española, más graciosa y exagerada si cabe) de la Beatrix Kiddo de Tarantino, viniendo a recalcar que a una mujer guapa y oportunamente vestida de blanco impoluto definitivamente no se le puede (ni debe) estropear el gran momento de su vida (o, si no, atente a las consecuencias). Y en medio de todo lo anterior, planeando por encima de cualquier otra mirada o apunte, está Romero, el gran jefe de todo esto. Y a pesar de la constatación de esa amenaza letal e inesperada a la vuelta de la esquina, de ese lento, más bien catatónico, caminar de los muertos vivientes en los alrededores del espacio (eclesiástico en este caso), Plaza se atreve a mezclar esa imprescindible referencia fundacional con puntuales carreras, saltos y agresiones descarnadas más propias del tiempo presente, volviendo así a los orígenes de la saga que él co-creó, donde el nervio y el movimiento imperan sobre la peligrosidad latente de la que aquél hacía gala.

Todo lo anterior, que sale a relucir gracias a la locuaz imaginería visual del realizador, a su desenvoltura tras las cámaras y a su notable dominio del marcaje temporal de la narración, que hace que cada minuto sea insustituible dentro de los 77 que dura la película, conforma una notable cinta de género española. Pero si por algo termina de sobresalir [REC 3] es por la impagable sensación de frescura, de ruptura y desatamiento con lo anterior, que logra transmitir en todos y cada uno de sus planos. Y en la esencia de su significado está la selección musical que acompaña al film, todo un reguero de (parte de) lo más glorioso del pop español de las tres últimas décadas, siendo el culmen la mítica Eloise de Tino Casal; no es sólo la gloria libertina que supone las canciones, se trata de su situación en el plano, y es ahí donde Plaza marca tendencia y rompe moldes. Con el imprescindible aporte y fulminante presencia de Leticia Dolera, que emerge como figura omnipotente del conjunto, ofreciendo una encantadora y mágicamente paulatina transformación de la virgen más noble a la guerrera más alienada, y que brinda secuencias que sin duda la situarán con el tiempo como elemento icónico de nuestras pantallas.

Todo por amor, que todo lo (re)mueve. Puro cine de la pasión. Cine de la sangre, de las vísceras, del terror más gráfico. Cine cómico, no indulgente pero tampoco crítico, simplemente divertido, chistoso. Cine pop, del nuevo siglo y de las nuevas generaciones, plenamente autoconsciente pero también consciente de lo anterior, y no sólo del cine. Todo en uno, mezclado y agitado, sencillamente devastador. Ojalá todo el cine español viera esta cinta; los extranjeros me importan menos puesto que no la entenderán.