
Valoración de VaDeCine.es: 8.5
Título original: Moneyball Nacionalidad: USA Año: 2011 Duración: 133 min. Dirección: Bennett Miller Guión: Aaron Sorkin, Steven Zaillian (Libro: Michael Lewis) Fotografía: Wally Pfister Música: Mychael Danna Intérpretes: Brad Pitt (Billy Beane); Jonah Hill (Peter Brand); Phillip Seymour-Hoffman (Art Howe); Chris Pratt (Scott Hatteberg) Página web Trailer
Ficha técnica en Sensacine
¿Recuerdan aquel capítulo de Los Simpson en que, durante un partido de fútbol, se comparaba la visión que se tiene en Latinoamérica y USA del juego personifincándolo en dos locutores de radio? Con el beisbol ocurre lo contrario. En Europa es considerado uno de los deportes más aburridos que existen. Sin embargo, si bien es cierto que si le preguntan al americano medio les dirá que al campo se va a comer ‘hot dogs’, beber cerveza y charlar con los amigos para prestar atención al partido sólo cuando se escucha el inconfundible sonido del bate al golpear la bola, si continúan preguntando acabarán por encontrar algún fan empedernido capaz de recitar alineaciones completas y rememorar con increíble precisión las hazañas de equipos legendarios. Les hablará de la mística de los Red Sox o los Yankees, de la belleza de una bola curva, de la liturgia del robo de una base o del éxtasis del ‘home run’.
A diferencia de nuestro país, la cultura norteamericana jamás ha puesto en duda que el deporte es parte de ella. El cine, la música y la literatura siempre han comprendido que la épica y la estética inherente a cualquier práctica deportiva es cuna de personajes y hechos memorables y, además, un valioso lienzo sobre el que plasmar muchos otros aspectos de la condición humana. Así, las mejores películas sobre deportes jamás facturadas han sido, mayoritariamente, filmadas en Hollywood sobre sus deportes fetiche: fútbol americano, baloncesto y beisbol. Moneyball es paradigmática de todas las bondades mencionadas y, gracias sobre todo al estupendo guion de Aaron Sorkin y Steven Zaillian, se sitúa directamente entre la élite de este género, quizá en lo más alto.

El film muestra con un afán didáctico más que apreciable la irrupción del cálculo estadístico en la confección de los equipos de la Major League, un hecho que cambió la manera de entender un juego del que apenas obtenemos un puñado de fotogramas, los cruciales. Como ya hiciera en la notable Capote, Bennett Miller esquiva la obviedad y resta ardor al tono general de la cinta por puro respeto al fondo de su argumento. Una vez maximizadas las prestaciones de la escuadra siguiendo los fríos criterios de la matemática, el devenir de cada partido, como caso puntual del todo que comprende la temporada, se antoja azaroso, incontrolable, futil. Por consiguiente, casi siempre secundario... a menos que el entrenador (Phillip Seymour-Hoffman) se oponga a las extravagantes consignas del gerente (Brad Pitt) y su principal consejero (Jonah Hill).
Es así, recorriendo las entrañas de los Oackland A’s durante su histórica temporada de 2002, como Moneyball consigue trascender su propio género. Siempre sustentada en la credibilidad que Brad Pitt aporta al personaje protagonista, la cinta desliza un mensaje universal que ensalza la eficacia en la gestión de recursos, aspecto perfectamente aplicable a estos tiempos de crisis, la perseverancia en el desarrollo de una metodología de trabajo y la dignidad de quienes persiguen metas vitales que tienen poco que ver con el grosor de las cuentas bancarias.

Alguien argumentará que tamaño ejercicio reduccionista resulta antitético, que enclaustrar en programas informáticos el secreto de su esencia amenaza con destruir el singular valor del deporte. Cierto o no en la realidad, la película se cura en salud. Primero porque en el fundamento de los cálculos se esconde un profundo amor por el juego y sus entresijos, perfectamente representado por un extraordinario Jonah Hill. Segundo, porque los 170 partidos de la temporada regular conforman un muestreo mucho más digerible que las taquicárdicas series a cinco partidos de los play-offs. Y tercero porque, a pesar de todo, la estética encuentra sus rendijas –fíjense bien-: a pesar de toda la planificación, cuando el gran reto está a punto de irse al traste, un jugador reconvertido en primera base decide que eso tan manido de que las estadísticas están para romperse es cierto cuando la Historia te está esperando. Eso que les decía: el éxtasis del ‘home run’.
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Cooper como pez en el agua