Película La boda de mi mejor amiga

No está de más que, de vez en cuando, aparezca en cartelera una comedia que se salga de lo habitual, que ostente algo más de atrevimiento que el montón de planicie que, semana tras semana, se acumula sobre los ojos del hastiado espectador. De ahí que la última comedia marca de la casa Apatow tenga su valor y se desmarque del resto, aun sin ser nada deslumbrante, sencillamente por aportar un punto más de acidez.

Bridesmaids denota un claro lenguaje televisivo -lo cual, ya de por sí, le imposibilita materialmente para llegar hasta el extremo de sus intenciones artísticas, toda vez confinadas en 120 minutos que son principio y fin de la función-, fruto de las raíces de todo su elenco, desde el último intérprete del reparto encabezado por Kristen Wiig (Saturday Night Live), quien también ejerce de co-guionista, hasta el mencionado productor, pasando por el director, Paul Feig (quien ya creara y colaborara directamente con Apatow desde los tiempos de la exitosa Freaks and Geeks). Así, se conforma esta por momentos descacharrante producción que versa sobre las andanzas de un grupo de amigas que se dan un viajecito previo a la boda de una de ellas (las damas de honor del título original), centrándose en el personaje de Annie, la típica chica guapa que ve cómo se escapan continuamente sus oportunidades de triunfar en la vida, tanto sentimental como profesionalmente.

Por supuesto entretenida (y a los americanos esto es lo que más les importa, de ahí su desmesurada recaudación allí), la cinta gana peso en sus dinámicos y comúnmente deslenguados diálogos entre las protagonistas, ya que sirven para retratar con fidelidad y sin falsas reducciones de corrección política a ese amplio grupo de mujeres que viven en una edad en tierra de nadie, y que canalizan sus deseos y frustraciones mediante la vía del desparpajo, la espontaneidad y, por qué no, de la misma tosquedad con la que lo haríamos cualquiera de los de su género opuesto en una noche de sábado desmadrada. Apoya Feig desde la dirección el atrevido texto sin mayores fórmulas visuales que las de dejar hacer a su manido reparto, en especial a una quebradiza Kristen Wiig que aporta el grado necesario de inseguridad pero a la vez valentía que le exige el papel.

La boda de mi mejor amiga alcanza en algún punto de su metraje el límite de su autoimpuesta barrera de transgresión, pero a partir de ese momento se estabiliza para finalmente recaer en el adocenamiento más conocido de cualquier comedia romántica al uso, con inclusión de fuegos artificiales, baile y alegría reinante en el ambiente, habiéndose olvidado ya por completo de los meandros más anormales que sirvieron para su construcción, y que precisamente la hacían tan interesante a priori.