Valoración de VaDeCine.es: 7.8
Título original: Blackthorn
Nacionalidad: España
Año: 2011 Duración: 98 min.
Dirección: Mateo Gil
Guión: Miguel Barros
Fotografía: Juan Ruiz Anchía
Música: Lucio Godoy
Intérpretes: Sam Shepard (Blackthorn), Eduardo Noriega (Eduardo), Stephen Rea (Mackinley), Magaly Solier (Yana)
Trailer
Las conexiones entre Blackthorn y También la lluvia (Icíar Bollaín, 2010) no se quedan en su localización, en Bolivia, o en la breve aparición de Luis Aduviri, hermano menor de Juan Carlos. Para mayor complejidad de este western con aroma a clásico, el último trabajo de Mateo Gil comparte con la notable cinta de Bollaín un potente alegato sobre la causa indígena, además de introducir otro personaje que muta de moderno conquistador a héroe asqueado ante el incesante expolio sufrido por el pueblo del altiplano. Por supuesto que no es novedad que el western se preocupe por los indios; pero sí resulta interesante esta fusión del género con el sur del continente americano, habitual material para ficciones sobre la colonización española. Puede que las intenciones primordiales de la película no sean, como en aquélla, esta reivindicación contra el abuso extranjero. No obstante, dada la especial habilidad que tenemos para mirar hacia otro lado, me agrada comprobar cómo géneros aparte del cine social son capaces de recordarnos las injusticias que estas gentes llevan soportando desde los tiempos de Cristóbal Colón.

La atractiva combinación llega de la mano de la auténtica historia de Butch Cassidy, célebre forajido estadounidense huido a Sudamérica, de quien no quedaron claras las circunstancias de su incierta muerte en Bolivia. A partir de estas dudas, la cinta de Gil fabula sobre su posible supervivencia hasta una tranquila madurez sólo alterada por los hechos imaginados por el eficaz guión de Miguel Barros. No es la primera vez que la vida de Cassidy inspira al cine; por citar la más conocida, Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969) fue construida sobre sus aventuras junto a Sundance Kid, con Paul Newman y Robert Redford como figuras. En esta ocasión el veterano Sam Shepard presta talento y arrugas a un personaje solitario utilizado como vehículo para reflexionar sobre la vejez y las distintas formas de entender la amistad, amén de completar el dibujo de este pistolero de leyenda, uno más a sumar a la larga lista de mitos de un cine fundamentalmente sostenido por los yankees. Y es aquí donde llama especialmente la atención que una cinta española sea capaz en estos tiempos de codearse con los grandes westerns de siempre con todas las de la ley, curiosamente alejándose del spaghetti hasta abrazar los códigos más tradicionales del género.

Mateo Gil demuestra saber cómo moverse. A lomos de una cinefilia palpable, el director canario rueda con lírica y solvencia -que no maestría aún-, sacando partido fotográfico a los bellísimos parajes y, sobre todo, conservando un espíritu y estética familiares acerca de un Salvaje Oeste aquí mudado a un sur no menos brutal. Mantiene constantes como las extensas llanuras, imponentes montañas y tragos de whisky como remedio contra el abrasador desierto. No faltan personajes contradictorios ni potentes secuencias de acción, luciendo su pasión por los tipos duros y por una bronca violencia que nos remite al western crepuscular nostálgico de los 70. Quizás se eche de menos una mayor credibilidad en la historia, y puede que se eche de más cierto abuso en las preciosas aunque repetitivas postales con nuestros protagonistas a galope. Tampoco parecen entonados los discutibles flashbacks infiltrados en la trama. Sin embargo, son tantos los atinos que apenas atendemos a estas pequeños rémoras. Ciertamente, nos hallamos ante un proyecto muy completo. Ni siquiera Eduardo Noriega es ajeno a la corrección general, agradando también la delicada aportación de Magaly Solier. Si a todas sus virtudes cinematográficas sumamos el loable discurso de apoyo a los indígenas, estamos hablando de uno de los trabajos nacionales del año. No lo duden, es ésta una de las películas que devuelven el precio de la entrada con creces. Sólo las maravillosas secuencias filmadas en el Salar de Uyuni ya la hacen digna de ser disfrutada en pantalla gigante; algo de lo que no todas pueden presumir.
Peliculón. Western de verdad. Otro tema: sorprende mucho que apenas de hable de la causa indígena en otras críticas. Hay que tener paciencia para que estalle, pero el tema está latente durante toda la película a poco que se preste atención. Será eso que dice aquí sobre mirar a otro lado. A esta gente la llevan puteando dsde el Descubrimiento. Sus recursos, tierras, minerales,..¡el agua! Les cuesta salir del pozo..poco a poco recuperan sus derechos, pero es difícil de verdad.
salu2