Película Territorio prohibido

Con la cantante y danzante crisis que alegremente garbea por las principales economías del Primer Mundo, la inmigración ha pasado de ser trending topic entre los males que amenazaban nuestro bienestar a quedarse en apenas los rescoldos del odio que muchos se afanaron en alimentar durante aquellos tiempos en que convenía sentenciar que los inmigrantes quitarían el trabajo a los nativos. Al final, apenas unos años después, resultó que los puestos laborales se esfumaron, aunque no precisamente para ser acaparados por la amenaza del foráneo ilegal. Espinosa cuestión ésta, la de legalidad o no, la del ser ciudadano o no, tratada ampliamente en Territorio prohibido, collage de ahíncos por conseguir la ansiada Green Card, el símbolo palpable de la residencia permanente en los Estados Unidos, paradójica herencia de los colonos.

Sea como fuere, visto el cambio de contenidos en los telediarios antes apuntado, Territorio prohibido llega con retraso, y no sólo en lo referente a su estreno en España, sino ya en su propia manufactura, tan diferida ella, retardada y reiterada en lo narrado y en la forma de hacerlo, con un guión articulado al modo de esas vidas cruzadas que Altman apuntó, P.T. Anderson sublimó y Guillermo Arriaga adoptó hasta la extenuación. Una suerte de Crash (Paul Haggis, 2004) en indisimulada busca de un Oscar que nunca llegará.

La salud de Harrison Ford ya no está para unirse a causas rebeldes interestelares

Y es que, para cualquier obra, el don de la oportunidad es vital en el recorrido comercial y el reconocimiento académico, y la ausencia de él acarrea la condena para un film esforzado que, siendo netamente inferior a la mencionada y precedente Crash, será -no sin cierto merecimiento- prontamente deportada de la memoria de sus exiguos espectadores.

En cualquier caso, más allá de su transitoriedad y demora temática, no pocas virtudes pueblan este largometraje de Wayne Kramer -tercero tras The Cooler y La prueba del crimen-, sabiamente contenido en la llegada de un clímax absolutamente dispar para con los diferentes personajes y la moralidad aplicada a cada una de las tretas ideadas por estos a la hora de lograr la codiciada nacionalidad. Lamentablemente, la disparidad no sólo afectará a los variados desenlaces; también hará mella en el apartado interpretativo (tremenda Summer Bishil, errante Harrison Ford, lastimoso Liotta) y en el propio desarrollo narrativo, propicios inductores hacia una irregularidad que impide al tímido largometraje elevar su discurso, dejando el asunto en un esbozo grave pero incompleto, que apunta pero no acierta. En un par de adjetivos: tardía e imperfecta. Anodina en consecuencia.