Película Sígueme el rollo

Existe un irritante fenómeno social que tendemos a experimentar en las salas de cine. Se extiende cual agente altamente infeccioso e intoxica a las masas sin plena consciencia del contagio. Tan sólo algunos permanecen inmunes a ella y los que lo consiguen suelen sentirse estúpidos e incomprendidos. Se trata de la carcajada automática que produce el chiste pactado. Mediante un contrato no explícito, el espectador queda inevitablemente vinculado al gag y se establece como imperativa una risotada forzada que, inundando la sala en gran alborozo, se antoja tan idiotizante como el elemento cómico desencadenante. No importa lo ridícula que sea la ocurrencia, ni la reiterada insistencia de los mismos chascarrillos, lo esencial es dejarse llevar por las pautas marcadas y partirse la caja cuando así sea requerido y, si es posible, con más estrépito que el ocupante de la butaca de al lado. Un inaudito espectáculo digno de calificarse en términos de misterio antropológico.

La familia al completo

Y de ello vive Sígueme el rollo, una comedia romántica firmada por el prolífico Dennis Dugan que roza los límites de la simpleza más absurda. Ayudada por un tráiler que ya anuncia la selección de gansadas más desternillantes, el espectador, de manera inmediata, identifica los momentos clave para, a la hora de la verdad, estallar en una hilaridad asombrosa. Los momentos escatológicos son de una variedad sorprendente y la gracilidad con que el realizador se cuela en los generosos escotes de las protagonistas es portentosa. Con un estilo que no acaba de delinearse por completo, la cinta queda a caballo entre el tono infantil de caca-pedo-pis y la pseudo-pornografía pajillera más prototípica de El show de Benny Hill.

Urdiendo la farsa

Con un cambio de escenario a medio camino del metraje, saltamos de un ambiente cosmopolita al exotismo de un resort de lujo hawaiano. Sandler y Aniston juegan a enamorarse entre piñas coladas y cocos mientras sus insufribles retoños, un primo pesado y una Barbie recauchutada se mojan el trasero en unas idílicas cataratas. Aparte del shock que produce descubrir a una “botoxmizada” Nicole Kidman como secundaria de lujo/reclamo añadido a la cinta, no acertamos a encontrar ningún elemento que desprenda perdurabilidad ni ningún ápice de innovación ni a nivel argumental ni técnico. En esta comedia de enredo en la que la mentira llevada al límite desemboca en el happy ending, aderezan sin gran fortuna las caídas, coletillas varias, bromas de retrete, deformidades y mucha, pero que mucha carne siliconada. Fast food cinematográfica al cubo.