Película Acción Mutante

En 1992 ETA mató a 26 personas en España y seguía siendo el gran trauma de nuestra sociedad. Álex de la Iglesia no tuvo problema en mostrar toda su iconografía durante la esperpéntica presentación de Acción Mutante, otro grupo de descerebrados. En este caso, una banda terrorista digna de ser perseguida por la T.I.A. cuya alineación de casposos freaks acostumbra a dar boleto a todo cuerpo apolíneo o gremio relacionado que se les ponga por delante. Semejante desfachatez, así, en los cinco primeros minutos de metraje de toda una carrera (obviando Mirindas Asesinas, su famoso corto), constituyó la diáfana declaración de intenciones de un director crucial en la cinematografía española.

En pocos títulos realizados en este país cabe con mayor justificación el término seminal. Apoyado en un excelente diseño de producción, De la Iglesia desarrolla su rocambolesco guion, a duo con su inseparable Jorge Guerricaechevarria, empleando una paleta de atmósferas jamás vista por estos lares. Berlanga en el retrovisor, siempre, pero Verhoeven, o Lucas, o Scott, también en mente ¿por qué no? Un ambicioso planteamiento que, en manos de un primerizo, acabó oscilando entre lo sublime y lo grotesco (dicotomía perenne en la filmografía de Alex de la Igleisa y causa de la falta de redondez de muchas de sus películas).

Acción Mutante es, por tanto, una cinta extremadamente desigual, un barco a la deriva a merced de la tormenta cinematográfica que el privilegiado cerebro de su director, lleno a rebosar de películas de aquí y de allá a las que hacer un guiño, desata sobre una historia que, irónicamente, fluye mediante una narración académica, con tres actos bien diferenciados: Secuestro de la Paris Hilton de turno, huida y desenlace de la captura.

La primera etapa se presenta como una comedia-bufa de mensaje cristalino, negrísima y muy apreciable. Sirva como ejemplo esa fiesta digna de Frank ’n’ Furter convertida en un baño de sangre mientras Aires de Fiesta de Karina ameniza la velada. No se puede ser más kitsch sin apellidarse Almodóvar. Las otras dos, sin embargo, palidecen a medida que se nos retira el espejo real sobre el que proyectar lo presentado. Así, hacia la mitad del metraje la cinta es ya un mero festival de violencia gratuita con tendencia al gore, una especie de degenerada aproximación a grandes hits de la ciencia-ficción hollywoodiense cuya orgiástica consumación ocurre en la versión asturiana y minera de Mos Eisley.

Pasados casi 20 años, Acción Mutante y su depuración magistral, El Día de la Bestia, son ya títulos fundamentales para entender la configuración del cine español actual. Los primeros de una estirpe coronada hoy con El OrfanatoCelda 211 o Planet 51. Porque la revolución que tan bien encarna esta cinta y nuestro presidente de la Academia, más que con una cuestión de exploración cinematográfica pura, tiene que ver con la pérdida de cualquier tipo de complejo hacia lo que nuestro cine puede ofrecer.