Película Zombis Nazis

Seamos consecuentes. No debemos tachar de previsibles a las películas de zombis. Más bien, digamos que no parece haber demasiadas alternativas para ellas. Todas han de aferrarse a unas pautas que apenas sí permiten licencias imaginativas sobre cómo devolver engendros a la tumba. Cualquier otro subgénero acusaría gravemente tanta reiteración. Sin embargo, lo más curioso de esta fórmula es que suele dejar razonablemente satisfechos a sus fans, siempre apetitosos de terror nauseabundo, gore, humor negro y esa oculta crítica sociopolítica que constituye la base de la receta. El resto, manual de supervivencia y la violenta reacción de las víctimas a la desesperada, suele aderezar el guiso. Y es que así es como nos gusta. Que varíen lo justito y, desde luego, absténganse profanos, porque éste es fundamentalmente un producto para adeptos y adictos. Los mismos incondicionales que acudimos puntualmente a la misma historia de no-muertos, pero en distintas circunstancias.

En este caso nos encontramos con una de zombis a la escandinava. ¿Posibilidades? realmente las justas, alguna incluso desafortunada, aunque otras bastante interesantes. La más obvia es puramente visual. Escandalosa sangre sobre nieve inmaculada, corrupción de tripas tiñendo de rojo las blanquísimas montañas noruegas. Putrefacción sobre bellos parajes naturales a plena luz del día. Un recurso capaz de ofrecer ese fascinante plus por contraste. A ello, y apuntalando su atractivo diseño de producción, hemos de sumar el siempre sugerente vestuario nazi. Todo un acierto, más allá del plano artístico y fotográfico, ya que nadie como los soldados de la Wehrmacht para encarnar verdaderos demonios sobre la Tierra. Culturalmente, una completa personificación del Mal. Los villanos perfectos, tan malos malísimos que el disfrute resulta doble mientras estos chorrean sangre y tripas, alguno de ellos víctima de la hoz y el martillo como guiño político a destacar. Claro, que aquí también hallamos alguna alteración en la pauta, discutible sin duda, al introducir cierta inteligencia e incluso organización, necesariamente militar, jerarquizada e interesada, en una patrulla de zombis, seres habitualmente movidos de forma irracional y compulsiva por el olor a cerebro fresco.

Tras un prometedor prólogo al son de Peer Gynt de Grieg, melodía amenazante desde la silbada del vampiro de Düsseldorf, la cinta sin embargo se muestra tosca a la hora de presentar historia y personajes durante su interminable introducción. De hecho, pese a resultar una clara parodia, su pretensión no alcanza gran armonía. De esta manera, como fans nos incomoda esa charla entre personajes sobre Posesión Infernal, o una camiseta de Braindead, evidenciando cierta inseguridad con este recurso innecesario que, además, rompe la primera regla del superfreak Decálogo Zombi: “Los protagonistas de una peli de zombis jamás han visto una peli de zombis”. ¿Es que Wirkola cree que alguien puede ser acusado de plagio en este género? Es más, pienso que los homenajes han de ser más sutiles. Tampoco hablamos de una comedia realmente ingeniosa, si bien algún punto tiene bastante gracia, no despertando el conjunto demasiadas carcajadas en sus primeros minutos indecisos entre el humor y el suspense. En cualquier caso, una vez superados los insípidos entremeses, el ansiado festín de carne y vísceras, ciertamente en su punto, no defraudará a sus gourmets durante el trepidante y sangriento desenlace. Y es que un fallo en la dosis de casquería sí que sería imperdonable. Pero no, finamente y por suerte, el desenfreno, los logrados efectos especiales y el imprescindible y tronchante mal gusto acaban por establecerse para sumar otra cinta a la familia. Para prepararnos, llegado el cataclismo zombi, para otra posible amenaza mucho más calculadora. Recordad amigos, ojo con los nazis a la hora de diseñar vuestros planes de huida. Quizás el paso por Alemania, así como por buena parte de la vieja Europa ocupada, no sea una feliz idea.