Película Escondidos en Brujas

En ocasiones ciertos relatos se encuadran en un escenario concreto de un modo que traspasa la mera ubicación, transformándose éste en un elemento indispensable e indivisible a la historia. Y esto, precisamente, es lo que ocurre en el guión del primer largometraje del laureado dramaturgo británico Martin McDonagh, quien, fascinado por el encanto gótico de Brujas, se lanzó a escribir esta negra historia en la que la medieval localidad belga alberga a Ray (Colin Farrell) y Ken (Brendan Gleeson), dos matones a sueldo que, tras cumplir su último encargo, son enviados por su londinense jefe Harry (Ralph Fiennes) a refugiarse como unos turistas más en esta villa con aire de cuento de hadas.

Después de exitosos montajes teatrales como El teniente de Inishmore y El hombre almohada, y tras ganar un Oscar en 2006 por su corto Six Shooter, McDonagh por fin debuta en el largo con este relato que continua con la línea estilística que el autor mantenía en las artes escénicas, encuadrada en el movimiento artístico denominado «teatro de la crueldad», consistente en golpear sentidos primarios en el espectador en búsqueda de impresionar al mismo, dejando huella en su subconsciente a través del uso de recursos estilísticos y visuales. Esta corriente nació inspirada por las ideas contenidas en el libro El teatro y su doble (1938) de Antonin Artaud y cuenta con una heterogénea prole de seguidores, entre los que se encuentran David Mamet, Alexandro Jodorowsky, Fernando Arrabal y, como no, el propio Martin McDonagh, que se ha conducido por una versión más radical -conocida en el Reino Unido con el sobrenombre de «in your face»- que incluye escenas de violencia explícita en inesperadas situaciones. Por supuesto no faltan detractores a este movimiento artístico tildándolo de efectista y achacándole, a veces no sin razón, el grave inconveniente de desviar la atención del espectador de la trama.

Como es sabido, el turismo entre asesinos a sueldo suele ser divertido.

Afortunadamente, el realizador británico consigue salvar el salto de las tablas al celuloide con audacia, aprovechando su experiencia para firmar una gran dirección de actores, en la que saca jugo a un excelente reparto que cuenta con sobresalientes actuaciones de tintes teatrales, tendentes al surrealismo y la sobreactuación cómica, muy necesaria para el siniestro humor negro con que cuenta el film, que nos acerca a la tensión extrema próxima al paroxismo como ejercicio cómico, algo muy logrado en el film y que se destaca como uno de los pilares maestros de la obra.

Sorprendentemente también acierta el autor con las localizaciones y, pese a estar habituado a trabajar con decorados y tramoyistas, la película transcurre durante gran parte del metraje en exteriores, con las complicaciones técnicas que ello supone, que al parecer fueron mitigadas por una absoluta colaboración del Ayuntamiento de Brujas que recibió al equipo de rodaje con los brazos abiertos, pues es innegable la capacidad publicitaria de un film así.

Descubrimos así una Brujas viva, que late como un personaje más, y que es quien verdaderamente da el pulso narrativo a la historia, ensombreciéndose según avanza el relato, mostrándonos en el desenlace la ciudad como un cuadro de El Bosco: intrigante, surrealista y grotesca. Se establece de este modo el último y gran paralelismo del film, pues, al igual que en la obra del gótico neerlandés, la línea argumental es humanista y a pesar de desarrollarse en un entorno medieval nos anticipa ese laberinto sarcástico que ve caer al hombre en el pecado y disfruta con su caída al Infierno como consecuencia fatal de la locura humana. Tal vez, en este afán de mimetismo con el genial pintor, caiga el propio McDonagh en su propio averno, convirtiendo por algún momento el final en un agregado de personajes algo forzado, que no llega a estigmatizar el conjunto pues, finalmente, el círculo se cierra dignamente.

Farrell en Cassandra´s Dream, digo … en Escondidos en Brujas

No conviene equivocarse a la hora de acercarse a la película, pues los anhelantes de trepidante violencia corren un severo riesgo de decepción. Esta negra comedia es más un ejercicio teatral satírico cargado de patetismo y de resultado gratamente novedoso. Adentrémonos pues en El jardín de las Delicias y disfrutemos de este más que interesante debut cinematográfico.