Película Expediente 39

El terror vende. La aburrida tarde del domingo suele prestarse al entretenimiento palomitero que ofrece la gran pantalla y algunos despistados espectadores, a la llegada a las taquillas, suelen hacerse la pregunta del millón: “¿Qué vemos?”. Sabiamente, algún iluminado del sector servicios con nómina en las multisalas parió la gran idea de alojar estratégicamente la palabra “TERROR” entre paréntesis al lado del título de las pertenecientes al género. De este modo se incita al desprevenido cliente a responder: “Mira hay una de miedo… ¿la vemos?”. De ahí concluyo que el llenazo de la sala (casi absoluto) ante una película cuya propaganda y repercusión ha sido nimia se deba al sencillo pero magistral invento de este anónimo maestro del marketing. Mi más sincera felicitación.

Pero centrémonos en lo que nos ocupa. Expediente 39 responde a ese subgénero no-oficial del terror correspondiente a los niños diabólicos. La Profecía o El pueblo de los malditos son referentes obvios. En esta misma línea la cinta nos presenta a una pequeña de 10 años, Lilith (Jodelle Ferland). La niña, aparentemente maltratada por unos padres chiflados, va a caer en manos de Emily (Renée Zellweger), una trabajadora social entregada a la causa. El planteamiento de la cinta comienza desprendiendo un olor a telefilme rancio que, sorprendentemente, pasados los minutos, va desapareciendo por arte de magia. La trama consigue cautivar por momentos y tal es así que los minutos pasan sin darnos cuenta. No obstante, lo desgastado del desenlace termina por hacerlo fallido y la amalgama de constantes pertenecientes al género acaban por dejar un poso con regusto a déjà vu difícil de soportar.

El catálogo gestual de Renée Zellweger encuentra su máxima expresión en la cinta. Asistimos a todo un espectáculo de muecas que, en esta ocasión, no desentonan demasiado dado el tenso desarrollo del film. Sorprendentemente, la actuación de la jovencita Jodelle Ferland llega a hacer sombra a sus compañeros de reparto. Contenida hasta hacer estremecer, su angelical carita consigue producir un espeluznante escalofrío cuando habla con esa madurez tan impropia de su edad. Callum Keith Rennie, en el papel de padre de la criatura, nos regala una presentación cautivadora y desconcertante a partes iguales. Lástima que su papel vaya perdiendo interés a medida que el metraje avanza y rompe su voto de silencio.

El insustancial final hace que, desafortunadamente, la cinta se tambalee, máxime si añadimos el factor previsibilidad que acompaña a cada una de las escenas. Interesante pero poco innovadora. No obstante, si lo que pretenden es aferrarse fuertemente a la butaca y recibir unos cuantos sustos la propuesta no resultará del todo descabellada.