
Valoración de VaDeCine.es: 3.0
Título original: My Life in Ruins Nacionalidad: Estados Unidos Año: 2009 Duración: 98 min. Dirección: Donald Petrie Guión: Mike Reiss Fotografía: José Luis Alcaine Música: David Newman Intérpretes: Nia Vardalos (Georgia), Richard Dreyfus (Irv), Alexis Georgoulis (Poupi Kakas) Página web Trailer
Nia Vardalos se crece. Dejando de lado los monólogos acerca de la inagotable rivalidad entre sexos, pretende asentar una carrera cinematográfica sobre unos cimientos inestables. Tanto es así que la dudosa calidad de las cintas que protagoniza, unido a lo pésimo de sus interpretaciones, conforma una plataforma que se asemeja a un movedizo lodazal más que a una estable base de hormigón.

No obstante, la actriz luce una vez más sus desesperantes maneras en este último trabajo, en el cual, encantada de haberse conocido, amplia sus registros de igual modo que lo haría una cariátide del Erecteión. Lo común de su aspecto físico se ve compensado con una actuación pretenciosa basada en la bipolaridad que padece el personaje al que interpreta. Derivando en el más insufrible de los histrionismos, la posibilidad de empatía con el personaje se ve fallida por completo en pos de un sentimiento vergonzante que excita los instintos más bajos y primarios del espectador. Alexis Georgoulis, su partener, presentado cual homínido mastuerzo, atiende a una transformación superficial y más que predecible. Ya es bien sabido que no hay nada como un corte de pelo y un buen rasurado para dar profundidad a un personaje. Richard Dreyfus, tratando de convertirse en salvador mesiánico de este despropósito con sabor a yogur griego barato, consigue iluminar con su presencia; sin embargo, resulta una carga titánica sustentar el film en un solo personaje, más aun si se trata de un secundario. Y entre las secundarias dos españolas: María Botto y María Adánez sacan su mejor escote en el papel de alegres divorciadas.

La sucesión de gags encuentra su origen principal en la diversidad cultural y social de los estereotipados turistas que Nia, en el rol de Georgia, guía por las ruinas de la Grecia antigua. Las anécdotas, secuenciándose de manera moderada, no tienen desperdicio. Hasta los desgastados juegos de palabras escatológicos basados en nombres griegos hallan lugar en la cinta.Y es que parece ser que al guionista le pareció oportuno bautizar al protagonista masculino como Poupi Kakas en un alarde de ingenio. Todo un despiporre.
El clímax se hace esperar. Si bien la cinta adquiere algo de consistencia ya mediado el metraje, la manida reflexión final acerca de lo que realmente importa en esta vida desvencija cualquier posibilidad de redención, condenándose así al más inmediato olvido cinematográfico. En definitiva, estamos ante un mero intento por re- exprimir la popularidad de Mi gran boda griega (Joel Zwick, 2002) con una secuela encubierta poco o nada sustanciosa, convirtiéndose más bien en una maximización de inercia que en un producto ideado per se. En este juego, todo vale.
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A eso lo llamo yo atizar con clase:
"...amplia sus registros de igual modo que lo haría una Cariátide del Erecteión."
Mítico.