Película Toy Story 2

Pocas veces la expresión “más de lo mismo” ha tenido tan buenas connotaciones como ocurre con Toy Story 2. Tan sólo cuatro años y una película después de presentarnos al vaquero Woody y al astronauta Buzz Ligthyear en una de las obras capitales del cine de animación, John Lasseter decidió volver a retomar los mismos personajes para realizar un trabajo a la altura del original, algo que la taquilla recibió con los brazos abiertos y disipó cualquier duda acerca de la rentabilidad de los dibujos animados generados por ordenador.

Como todas las películas de Pixar, Toy Story 2 lleva la sencillez como bandera, pero como todas las grandes obras lo que convierte en brillante esta sencillez es la complejidad que se esconde detrás. Su inmaculada factura no está pensada para apabullar al espectador sino para envolverle en una historia que está más cerca del cine de aventuras puro y duro que del cine infantil convencional, pero siempre visto con cierta distancia, con ironía y, al mismo tiempo, con admiración.

Si hay algo que Pixar hace como nadie, es sacar el máximo provecho a situaciones vistas anteriormente en mil y una películas para darle un giro original. Dos magníficos ejemplos de este tipo son el brillante uso que se hace de multitud de objetos infantiles para conseguir momentos de tensión (el zapato de Mr. Potato que se queda pegado en un chicle) o de emoción (el silbador roto del pingüino Wheezie). De ahí que en muchos momentos uno se olvide de que los personajes no son más que juguetes y no pueda evitar empatizar con los sentimientos que desbordan la pantalla. Algo así sería imposible sin el diseño tan cuidado de su “casting”, dotado de una expresividad que nada tiene que envidiar a la de los actores reales. Un prodigio sólo igualado o superado por las películas de la misma Pixar.

Aún con la perfección de su técnica, lo que hace realmente inolvidables a los seres que habitan este cuento es su personalidad. La entrañable pareja que forman Mr. y Mrs. Potato, el asustadizo Rex o el ligón cerdito-hucha Hamm secundan impecablemente a las estrellas Buzz y Woody. Lejos de resultar cansinos, como es habitual en este tipo de cine, cada uno de ellos tiene su momento de gloria pero sus gracietas no tienen como único fin el entretener al espectador poco exigente, sino actuar como válvula de escape de la historia pero siempre dejándola avanzar a su debido ritmo.

Ritmo. Esa es otra de las marcas de las obras de Pixar. Sus guiones parecen relojes suizos a la hora de extender las situaciones sólo lo necesario. Su obsesión por la concreción llega hasta a los homenajes a películas clásicas. Lo que con el tiempo se ha ido convirtiendo en un fin en sí mismo – en Shrek 2 (Andrew Adamson, Kelly Asbury y Conrad Vernon, 2004), por ejemplo -, en Toy Story 2 forma parte de la historia y está utilizada de forma tan sutil – excepto en la referencia a El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980) -, que fácilmente puede pasar inadvertida sin que la escena pierda ni el más mínimo su interés.

Después de todo lo anterior, tan sólo se me ocurre una cosa en que Toy Story 2 desmerezca a su predecesora: no fue el primer largometraje realizado completamente por ordenador, pero mucho me temo que ni el mismísimo John Lasseter podría haber remediado ese “error”.