Dark City

Sin preludio alguno (en la versión del director, que elimina el prólogo ‘en off’ innecesariamente informativo), comienza Dark City con el despertar sobresaltado de un hombre que no recuerda nada (Rufus Sewell). A su lado yace una mujer brutalmente asesinada. En su huida, desorientado, es perseguido por siniestros personajes. La búsqueda de respuestas sobre su identidad le conducirá a una verdad mucho más inquietante de lo que imagina.

Aunque la mayoría de seguidores de Dark City hemos vivido una fase reivindicativa de esta cinta frente a Matrix, creo conveniente pasar página y procurar un acercamiento al pasado que define la excelente tercera película de Proyas en vez de polemizar sobre el influjo que esta joya de la ciencia-ficción pudiera haber tenido en posteriores trabajos, algo palpable en el de los hermanos Wachowski. Al fin y al cabo en Dark City, como en Matrix, como en casi todos los grandes títulos de ciencia-ficción, también convergen multitud de influencias. En el plano narrativo, Borges con su Lotería en Babilonia, por ejemplo, se postula como claro referente de uno de los aspectos de la cinta. No obstante, en conjunto, el ascendente más significativo de Dark City es, sin duda, Ubik, uno de los títulos fundamentales de Phillip K. Dick. La deuda se podría ampliar a toda la obra del escritor norteamericano, pues la premisa principal en muchos de sus relatos es, como en Dark City, la manipulación de la realidad percibida por los protagonistas, pero el director incluye dos elementos comunes a Ubik que resultan especialmente trascendentales en la película: un escenario anacrónico, cercano al ‘film noir’ de los años 40, y esa especie de guía subliminal que sirve en ambas obras para desembocar en sus desenlaces.

 

En el plano estético, el argumento más sólido y fascinante de la película, también cabe el homenaje, bien desde la proximidad temporal (a Jean Pierre-Jeunet en La Ciudad de los Niños Perdidos) o bien desde la más absoluta lejanía (a Murnau en Nosferatu). Todo suma en un polimórfico diseño de producción que consigue enmascarar el limitado presupuesto del filme apelando a la originalidad de la propuesta. Proyas no puede ser espectacular, pero acude con elegancia a la sugerencia artística y firma un guión convenientemente dosificado al espectador en el que dota de carácter a todos sus personajes, bien interpretados por un reparto estelar con Jennifer Conelly, Kiefer Sutherland, William Hurt y Richard O’Brien secundando con oficio a un convincente Rufus Sewell en el papel principal.

 

Todo fluye con sorprendente acierto formal hasta toparnos con la inevitable necesidad de espectacularidad que el argumento reclama en su conclusión. Allí, en la recta final, flojea Dark City porque le falta el monetario resuello que hasta entonces no había necesitado. Proyas lo sabía de antemano, y trata de reducir a la mínima expresión la secuencia que pone el colofón a la cinta. Sube los decibelios de la banda sonora y, en vano, intenta venderla dentro del terreno psicológico, pero no convence lo más mínimo y el conjunto se tambalea un poco. Afortunadamente, Dark City ya ha acumulado demasiados méritos para que esta pequeña mácula impida su trascendencia dentro del género, su consagración como una de las obras cumbre de la ciencia ficción del último tercio de siglo XX.