Película El día de los forajidos

Con Day of the Outlaw (1959) el húngaro André De Toth firmaba su último western para la pantalla grande sobre una trama, en principio, habitual en el género: la confrontación entre un déspota terrateniente ganadero y un granjero que pretende vallar sus tierras y cuya esposa era pretendida por el primero. Sin embargo, para De Toth esto no es más que un mero punto de partida que rápidamente dinamitará, pasando la película a convertirse en un descenso a los infiernos en toda regla del protagonista interpretado por un excelso Robert Ryan.

Ya premonitoriamente, tras enfrentarse de forma dialéctica a los granjeros desde lo alto de una escalera (atención a cómo encuadra De Toth a estos últimos a través de la barandilla, sometidos al yugo implacable del terrateniente), Blaise Starrett se sorprende contrariado al ver reflejado en el espejo de su cuarto a su dopplegänger, su otro yo oscuro, evidenciando los turbios demonios que lo atormentan y que se materializan corpóreamente con la irrupción súbita de la banda del capitán Jack Bruhn (impresionante Burl Ives), momento en el cual el relato se transmuta en una pesadilla que cada vez va a más, pues los recién llegados no serán sino un foco de perversión y corrupción, al que Ryan, antes todopoderoso, asiste con la impotencia del que nada puede hacer.

Solo la mano férrea de Bruhn con sus secuaces, un grupo de degenerados lascivos, evita que estos se desmadren, pese a que no duden en atormentar, apalear o matar a los vecinos. Con todo, el personaje de Ives finalmente aceptará que estos celebren un baile con las féminas del pueblo para acallar su sed de vicio, baile que devendrá en violación múltiple admirablemente resuelto por De Toth para evitar la censura por medio de travellings circulares siguiendo a los cada vez más enfebrecidos bailarines profanadores, que actúan cual bestias liberadas de sus cadenas.

Solo la mano férrea de Bruhn con sus secuaces, un grupo de degenerados lascivos, evita que estos se desmadren, pese a que no duden en atormentar, apalear o matar a los vecinos. Con todo, el personaje de Ives finalmente aceptará que estos celebren un baile con las féminas del pueblo para acallar su sed de vicio, baile que devendrá en violación múltiple admirablemente resuelto por De Toth para evitar la censura por medio de travellings circulares siguiendo a los cada vez más enfebrecidos bailarines profanadores, que actúan cual bestias liberadas de sus cadenas.

La última media hora del film es especialmente admirable, una vez Starrett idee una treta en connivencia con el moribundo ex militar y su compinche más joven e inocente (¡qué bella escena aquella en la que este se despide de una joven del pueblo, ambos cogiendo cada uno de los pomos de la puerta que les separa, más por lo que son que físicamente!) para librar al pueblo de los forajidos conduciéndolos a través de un paso ficticio a través de las montañas nevadas, paisaje duro e inhóspito que se erige en verdadero protagonista de este último tramo. El arduo camino atravesando mares de nieve y vientos gélidos, sin fin último salvo una muerte casi segura, servirá para que ambos hombres, habiéndose reconocido como dos caras de la misma moneda, puedan purgar sus demonios y fantasmas; Ryan para sí mismo y de cara a sus vecinos, y el malherido Ives para poder borrar de su memoria el pesar de haber ordenado una antigua masacre por la que le expulsaron del ejército.