Película La Princesa Prometida

La revisión de las películas de nuestra infancia nos compromete. A veces la nostalgia puede abrillantar recuerdos de hojalata, otras muchas es una impostada madurez quien se empecina en denostar aquello que adorábamos en otra época. La discusión con nuestro pasado se convierte en una suerte de recorrido por la cuerda floja que pone a prueba nuestros mitos cinematográficos. La Princesa PrometidaLa Historia InterminableEl Cristal Oscuro o Willow saldrán mejor o peor paradas según quien las revise. Estoy seguro. Pero más allá de ello, todas portan en su esencia un valor en extinción: la inocencia. No encontrarán en la actualidad películas como éstas. Pertenecen todas a otro tiempo, a uno en el que la imaginación todavía competía contra paleolíticos videojuegos de cassette y las historias de caballeros funcionaban sobre decorados de cartón piedra.

Dirigida a un público a caballo entre la niñez y la adolescencia –el oyente del cuento (Fred Savage) desdeña al principio el romance para luego abrazarlo sin rubor-, la cinta se aplica con trazo lineal, sólo interrumpido por las acertadas discusiones entre el cuentacuentos (Peter Falk) y su pequeño espectador. Su argumento vuela sin demasiadas pretensiones sobre la fábula clásica, liviano, explotando todas las posibilidades que ella ofrece. Rob Reiner jamás esconde la humildad de su proyecto, tampoco su exacerbado romanticismo (el amor verdadero es el motor de la historia). A cambio, opta por una teatralidad colmada de ironía, desmitificadora, que descarga casi todo el dramatismo de la trama para abrazar inteligentemente la comedia en pasajes tales como la desternillante negociación con la pareja de gnomos vendedores de milagros.

Todo el peso del largometraje descansa por tanto sobre sus personajes, casi todos estupendos, pletóricos a la hora de ofrecer momentos inolvidables: “Hola, me llamo Iñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir” ¡Cuántas veces habremos mencionado el juramento del espadachín español! Vissini y sus “inconcebibles”, la fuerza bruta de Fezzick o sus enamorados protagonistas. Todos encuentran su espacio de lucimiento gracias a un espléndido guión de aventuras plagado de audaces meandros que modifican la atmósfera de cada secuencia, a ratos un tanto vertiginoso pero sin duda rebosante de imaginación. Añadan también a las cosas que mantienen la lozanía la memorable partitura de Mark Knopffler que acompaña a la historia. Definitivamente, La Princesa Prometida mantiene su vigencia.