Valoración de VaDeCine.es: 7.8
Título original: Melancholia
Nacionalidad: Dinamarca
Año: 2011 Duración: 136 min.
Dirección: Lars von Trier
Guión: Lars von Trier
Fotografía: Manuel Alberto Claro
Música: Mikkel Maltha
Intérpretes: Kirsten Dunst (Justine), Chalotte Gainsbourg (Claire), Kieffer Sutherland (John), Charlotte Rampling (Gaby), John Hurt (Dexter)
Página web
Trailer
Ya en la antigua Grecia, Hipócrates intentó dar con una cura para la melancolía, origen clínico de lo que en la actualidad denominamos depresión. En aquellos remotos tiempos era considerada una enfermedad desencadenada por lo que se creía un exceso de “bilis negra”, uno de los cuatro humores presentes en nuestro organismo. Según los médicos de la época, los enfermos de melancolía eran capaces de expulsar ese exceso de “bilis negra” mediante funciones corporales excretorias en un momento concreto denomidado “crisis”, quedando así liberados de la profunda tristeza que la enfermedad conlleva. Justin (Kristen Dunst), en el día de su boda, experimentará su personal crisis melancólica estallando con desproporcionada ira ante el convencionalismo y la hipocresía que envuelve su quebradizo y trivial mundo. Trier, una vez más se rodea de simbolismo y vuelve a originar una lirica visual poco o nada convencional, tómese como ejemplo esta imagen, tan controvertida como reveladora: una radiante novia orinando en el césped de un lujoso campo de golf de 18 hoyos mientras contempla absorta la inmensidad de un cielo estrellado.
Al igual que en Anticristo, anterior obra del controvertido danés, Melancolía abre el catálogo de fascinantes inconveniencias con un prólogo anticipatorio de lirismo visual encomiable. La cámara lenta y la enjundia cromática y espacial enfatizan el dramatismo aportado por el Tristán e Isolda de Wagner, leitmotiv explotado durante toda la cinta y que, sin duda, minimiza la frustración personal del director desencadenada por el fallido proyecto operístico de la tetralogía de “El Anillo del Nibelungo”.
Desnudando trama y desenlace ante el espectador en los primeros cinco minutos de cinta, Trier se plantea a sí mismo un nuevo reto. Involucrarnos en un juego de perspectivas en el que el argumento carece de gravedad o relevancia gracias a la omnisciencia del espectador. Así, los personajes bailan caóticos al son de la ignorancia ante nuestros ojos, juego contemplativo cruel al que, finalmente, Trier pone fin. ¿Cómo? Haciendo partícipe a la protagonista de nuestra sapiencia. Los espectadores, dioses que contemplan desde el Olimpo las torpes reacciones de los personajes, se enfrentan a un elemento desconcertante: Justin, oráculo del fin de los tiempos que Trier utiliza para desestabilizar nuestro estatus de superioridad cognoscitiva.
La leve trascendencia de la trama enfatiza la estructura física y formal de la cinta, conformando un esqueleto complejo sobre el que ensamblar el contenido dramático. El revelador prólogo aúna el contexto natural violento del más puro ideal romántico del siglo XIX con un tosco pero envolvente escenario sideral. La parte primera del conjunto conforma un estudio comportamental de la novia, catálogo de reacciones que van desde la apatía hasta la autodestrucción. Como si se tratase de un juego refractario de emociones y roles, en la segunda parte de la cinta, dedicada a Claire, hermana de Justin, vamos sumergiéndonos en el complejo universo que conforma la relación entre ambas. Von Trier, nuestro desconcertante guía emocional en este nuevo experimento cinematográfico, juega de este modo a intercambiar roles a dos niveles: personaje-personaje y personaje-público, siempre tomados de la mano por su malévola majestad y guiados por los derroteros que quiera conducirnos anímicamente.
Dejando a un lado los extraordinarios matices estructurales, la baza que juega (y gana) Trier en esta peculiar narración del apocalipsis es la concreción y singularidad de las reacciones ante el fin del mundo. Mediante el aislamiento del clan en la naturaleza, burbuja que intercepta cualquier intrusión ajena al microcosmos familiar, el danés consigue una visión concentrada del fin del mundo. No hay atisbos de edificios que se desmoronan, ni hordas de gente huyendo, o rezando. No hay puntos de referencia externos. Tan sólo dos hermanas, un niño y la aceptación (o no) del fin. Un seductor y estimulante cara a cara con el Armagedón.
Ya en la antigua Grecia, Hipócrates intentó dar con una cura para la melancolía, origen clínico de lo que en la actualidad denominamos depresión. En aquellos remotos tiempos era considerada una enfermedad desencadenada por lo que se creía un exceso de “bilis negra”, uno de los cuatro humores presentes en nuestro organismo. Según los médicos de la época, los enfermos de melancolía eran capaces de expulsar ese exceso de “bilis negra” mediante funciones corporales excretorias en un momento concreto, el denomidado “crisis”, quedando así liberados de la profunda tristeza que la enfermedad conlleva. Justine (Kristen Dunst), en el día de su boda, experimentará su personal crisis melancólica estallando con desproporcionada ira ante el convencionalismo y la hipocresía que envuelve su quebradizo y trivial mundo. Trier, una vez más se rodea de simbolismo y vuelve a originar una lirica visual poco o nada convencional, tómese como ejemplo esta imagen, tan controvertida como reveladora: una radiante novia orinando en el césped de un lujoso campo de golf de 18 hoyos mientras contempla absorta la inmensidad de un cielo estrellado.
Al igual que en Anticristo, anterior obra del controvertido danés, Melancolía abre el catálogo de fascinantes inconveniencias con un prólogo anticipatorio de lirismo visual encomiable. La cámara lenta y la enjundia cromática y espacial enfatizan el dramatismo aportado por el Tristán e Isolda de Wagner, leitmotiv explotado durante toda la cinta y que, sin duda, minimiza la frustración personal del director desencadenada por el fallido proyecto operístico de la tetralogía de El Anillo del Nibelungo.

Desnudando trama y desenlace ante el espectador en los primeros cinco minutos de cinta, Trier se plantea a sí mismo un nuevo reto. Involucrarnos en un juego de perspectivas en el que el argumento carece de gravedad o relevancia gracias a la omnisciencia del espectador. Así, los personajes bailan caóticos al son de la ignorancia ante nuestros ojos, juego contemplativo cruel al que, finalmente, Trier pone fin. ¿Cómo? Haciendo partícipe a la protagonista de nuestra sapiencia. Los espectadores, dioses que contemplan desde el Olimpo las torpes reacciones de los personajes, se enfrentan a un elemento desconcertante: Justine, oráculo del fin de los tiempos que Trier utiliza para desestabilizar nuestro estatus de superioridad cognoscitiva.

La leve trascendencia de la trama enfatiza la estructura física y formal de la cinta, conformando un esqueleto complejo sobre el que ensamblar el contenido dramático. El revelador prólogo aúna el contexto natural violento del más puro ideal romántico del siglo XIX con un tosco pero envolvente escenario sideral. La parte primera del conjunto conforma un estudio comportamental de la novia, catálogo de reacciones que van desde la apatía hasta la autodestrucción. Como si se tratase de un juego refractario de emociones y roles, en la segunda parte de la cinta, dedicada a Claire (Gainsbourg), hermana de Justine, vamos sumergiéndonos en el complejo universo que conforma la relación entre ambas. Von Trier, nuestro desconcertante guía emocional en este nuevo experimento cinematográfico, juega de este modo a intercambiar roles a dos niveles: personaje-personaje y personaje-público, siempre tomados de la mano por su malévola majestad y guiados por los derroteros que quiera conducirnos anímicamente.
Dejando a un lado los extraordinarios matices estructurales, la baza que juega (y gana) Trier en esta peculiar narración del apocalipsis es la concreción y singularidad de las reacciones ante el fin del mundo. Mediante el aislamiento del clan en la naturaleza, burbuja que intercepta cualquier intrusión ajena al microcosmos familiar, el danés consigue una visión concentrada del fin del mundo. No hay atisbos de edificios que se desmoronan, ni hordas de gente huyendo, o rezando. No hay puntos de referencia externos. Tan sólo dos hermanas, un niño y la aceptación (o no) del fin. Un seductor y estimulante cara a cara con el Armagedón.
TETAZAS!!!!