Valoración de VaDeCine.es: 9.5
Título original: The Man who Shot Liberty Valance Nacionalidad: U.S.A. Año: 1962 Duración: 119 min. Dirección: John Ford Guión: James Warner Bellah & Willis Goldbeck (Historia: Dorothy M. Johnson) Fotografía: William H. Clothier Música: Cyril Mockridge Intérpretes: James Stewart (Ransom Stoddard), John Wayne (Tom Doniphon), Lee Marvin (Liberty Valance), Vera Miles (Hallie), Edmond O'Brien (Dutton Peabody), Andy Devine (Link Appleyard), Woody Strode (Pompey)
El crepúsculo del western fordiano. La “traición” de un director mítico a sí mismo para levantar una obra cumbre del género. El Hombre que mató a Liberty Valance ejerce de perfecto puente entre dos maneras de entender la épica del Oeste, la que representaron John Ford y Howard Hawks durante tres décadas y la que llegaría durante los años 60. Que ese puente lo tendiera el propio Ford dice mucho de su capacidad para entender los momentos. Su arraigada visión de toda una época se resquebraja con este largometraje profundamente político sobre el honor. Algunos incómodos tics continúan, como la eterna ligereza cómica de los secundarios, pero no cabe duda de que el regusto de este maravilloso trabajo es el más amargo de toda la filmografía del director.
Lo protagoniza, claro, John Wayne. Su Tom Doniphon representa el vaquero esencial, el hombre de otra época que matará a Liberty Valance (Lee Marvin) para que la sociedad en la que ha vivido y prosperado toda la vida cambie. Para que llegue el ferrocarril y se impongan las leyes. Para que, a fin de cuentas, se establezaca la civilización. Pero Tom Doniphon es, sobre todo, sabedor de que con ese acto perderá
finalmente la batalla por el amor de una mujer (Vera Miles) frente a
quien representa el nuevo mundo, Ransom Stoddard (James Stewart), un
abogado llegado del Este y condenado a una muerte segura a menos que él
se oponga entre las sombras. Con un disparo furtivo, indigno, a
traición, otra traición. Son momentos de cine imperecedero de un Ford sublime,
cinematográficamente magistral cuando la película le exige seriedad. Las escenificación de esa noche, desde la paliza al beodo dueño del periódico local (qué
gran personaje y qué gran composición de Edmond O’Brien) hasta la
catarsis autodestructiva del protagonista, también borracho aunque el
espectador todavía no sepa por qué –lo hará posteriormente en un
flash-back dentro de otro flash-back-, cierra un círculo perfecto de
ritmo, atmósfera y poesía. Oro puro que involucra a cinco actores en
estado de gracia y un demiurgo brillante como nunca.

Pero tan majestuoso tramo no debe infradimensionar el resto del argumento, certero y ambicioso en el retrato de los cambios que la sociedad experimentaba. El despliegue de la historia como relato,
como confesión de una mentira que devino en mito, es fundamental para el
correcto desarrollo del triángulo que gobierna la trama. Mucho más limitado de medios que en películas anteriores, Ford recurre eficazmente a un tono teatral para explorar con hondura la interrelación de los personajes. Y la pantalla rebosa melancolía desde el mismo comienzo de la cinta -la visita de Hallie a una casa en ruinas rodeada de cactus en flor- hasta el último fotograma de la película -ese demoledor "nada es suficiente para el hombre que mató a Liberty Valance" que atrapa desprevenido al matrimonio-. Ahí, justo al final, uno entiende que la capitulación de Ford no es incondicional. Ya saben: "When the legend becomes fact, print the legend".
Y El Hombre que mató a Liberty Valance es leyenda. Sí, representa la victoria de la erudición sobre la fuerza y, en último lugar, es la crónica del final de
una era... histórica y cinematográfica. Pero el hombre del parche en el ojo, tras su particular fundido a negro, se lleva en el petate la recompensa de la eternidad.

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