Valoración de VaDeCine.es: 9
Título original: The Texas Chain Saw Massacre Nacionalidad: EE.UU. Año: 1974 Duración: 83 min. Dirección: Tobe Hooper Guión: Kim Henkel, Tobe Hooper Fotografía: Daniel Pearl Música: Wayne Bell, Tobe Hooper Intérpretes: Marilyn Burns (Sally), Allen Danziger (Jerry), Paul A. Partain (Franklin), William Vail (Kirk), Teri McMinn (Pam), Edwin Neal (autoestopista), Jim Siedow (padre), Gunnar Hansen (Leatherface)
Tráiler
Para algunos aficionados, título de referencia de las llamadas splatter movies; para los mitómanos, lugar imprescindible de revisitación y culto al noble arte de la costura facial; para los siguientes modistas cinematográficos, cinta de exposición básica para el fotocopiado, en mil y una irregulares derivadas; para la inmensa mayoría cinéfila, film capital no ya dentro del género, sino, por obligada extensión, de la propia historia del CINE.

The Texas Chain Saw Massacre, dirigida en 1974 por Tobe Hooper, supone un punto de inflexión en la intrahistoria de las películas de terror. Y es así porque, a pesar de la violencia gráfica de sus imágenes y su exiguo prespuesto, consiguió estrenarse en salas comerciales y atraer a una cantidad ingente de público, que difícilmente habría visto hasta entonces algo semejante a la oleada de locura abierta que el film expone progresivamente en su metraje. A partir de ese momento, su aura no ha hecho más que acrecentarse, impregnándose su estela del inevitable estigma comercial, en forma de secuelas, remake y copioso merchandising con afán de rendirla culto. La historia que nos cuenta no deja de ser un viaje a los infiernos de la América más profunda y carroñosa, esa de profusa incultura y, en consecuencia, brutal barbarie. A través del camino emprendido por unos jóvenes hippies en el interior de una furgoneta, con motivo de la visita al lugar donde la tumba del abuelo de dos de ellos ha sido profanada, tendremos la oportunidad de constatar el terrible contraste entre la despreocupación y joviales charlas de astrología por parte de los mismos -situación adherida a la lógica racional- frente a la deshumanización y encierro en la demencia más truculenta y macabra que el ser humano pueda imaginar, por parte de una familia desmembrada -una muestra de la irracionalidad en su máximo esplendor-.

Para cuando el famoso matarife Leatherface entre en plano, ya habremos sido advertidos del carácter enfermizo de la atmósfera mostrada y del correspondiente contagio que sufrirán las subsiguientes imágenes: cadáveres descompuestos clavados sobre sus tumbas a causa de la profanación, que se narra en off; un animal muerto en la carretera; un autoestopista chalado que brinda el primer susto sanguinolento; el enfoque de rincones asquerosos cubiertos de oscuras arañas; la inmundicia de un lugar, curiosamente situado en medio del soleado campo, donde aparecen restos de esqueletos de procedencia no sólo animal; la alegre charlatanería acerca del método empleado en exterminar a las reses: el golpeo seco con un martillo sobre su cabeza; … Todo no hace sino apuntar hacia el fatal desenlace, y la narración cinematográfica de los hechos no puede ser más concorde. Rodada en 16 mm. posteriormente hinchados a 32, el cuerpo de la imagen es granulado y sucio, y la realización se aparta de la finura para arrimarse a la adustez, confiriéndosele así a la cinta un tono documental que le viene como anillo al dedo, como si de una mugrienta grabación casera se tratase. Y es que una vez introducidos en el seno de la familia caníbal, invitados a alojarnos en sus putrefactos aposentos -donde la cámara se gusta en retozar malsanamente- y sentados a su mesa en desasosegada predisposición para el convite de la carne más bizarro que se pueda paladear -cuando nuestros escandalizados ojos se reflejan en el de la violentada protagonista, y éste a su vez se contrapone al desencaje de los rostros del espanto que la rodean-, la puerta a la espiral de la locura habrá quedado abierta de par en par (aunque siempre con la suficiente perspectiva: Hooper no quiere caer en la obviedad de la explicitud y prefiere centrar su tremendista imaginación en la inquietante sugerencia, por más que aquélla haga acto de presencia puntual; lo que le proporciona mejores resultados artísticos y, claro está, de difusión comercial). Además, las visualizaciones del horror que lleva a cabo el director las acompaña (puesto que es partícipe en su composición) de manera inmejorable a través de una música dotada de los mismos chirridos y golpes metálicos que se observan en pantalla, creando una sensación de desagradable exasperación y transmitiendo un nerviosismo áspero.

Ver al horrible y temible “cara de cuero” correr desesperado con su sierra mecánica detrás de una aterrorizada chica por en medio de los árboles y en mitad de la carretera, mientras realiza peligrosos y violentos aspavientos con la misma (fruto de su propio desquiciamiento y pulsión asesina), ha pasado a formar parte de los iconos más recordados de la cultura popular. Es una imagen que conserva intacta su enorme fuerza; por ello, no es de extrañar que siga causando la misma incomodidad y turbación en el espectador de hoy, impactándole en sus mismas entrañas. En el fundido a negro, un escalofrío recorrerá tu cuerpo.
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Su enfermiza atmósfera es absolutamente sobrecogedora. Clasicazo.